Pepe
Al final, cuando se pasa el cedazo del tiempo, lo que queda es el reguero del trabajo bien hecho, los amigos y los afectos
Como buenos clásicos que son, el alcance de The Beatles perdura muchas décadas después de su extinción. Entre sus muchas canciones con encanto figura «With a little help from my friends», una loa a la amistad, donde Ringo, con su voz un poco gangosa, canta que con la ayuda de sus amigos no tiene miedo a la soledad. Siempre resulta reconfortante la gente que coloca la amistad en lo alto de su podio de valores. Por eso me gustó gozar de la gentileza de participar el viernes en el cumpleaños de Pepe, que se pegó un baño de masas –alguna lagrimilla furtiva incluida– al calor de la gente que le quiere.
Me gusta que Pepe haya salido de abajo y llegado arriba con el único recurso de su esfuerzo, sin muletas. Es, a su manera sui generis, eso que los anglosajones llaman un «working class hero». Me agrada que soplando ya muchas velas –y si escribo la cifra exacta me mataría en un rapto de coquetería– siga teniendo el ánimo de currar como un animal, porque lleva tatuada a fuego la cultura del esfuerzo que aprendió de sus mayores, que por desgracia cada vez se estila menos. Celebro su circunspección gallega, cuando toca, y su ironía atlántica, ese sentido del humor oblicuo que arranca a la altura de la desembocadura del Miño y concluye allá por las Islas Orkney, en el confín norteño de Escocia. Me parece ejemplar que haya buscado la excelencia en todo lo que ha hecho, lo grande y lo chico (y aplaudo que la oficialidad alguna vez haya caído de la berza concediéndole distinciones y que el público le haya mantenido siempre su aplauso). Es entrañable que en todo momento, como quien no quiere la cosa, busque con un guiño rápido a Tere, su mujer. Y encarna una forma de honor antiguo y elegante que su jefe lo salude como «un hermano mayor» en el día de su cumpleaños y le suelte lo siguiente: «Pepe, tú me has enseñado algo muy importante: ante los poderosos, sin miedo, y ante los humildes, con cariño». Al final, cuando se pasa el cedazo del tiempo en el otoño de una vida, lo que queda es el reguero del trabajo bien hecho, los amigos y los afectos.
Feliz cumpleaños para Pepe Domingo Castaño, que con sus gafas de pasta verde, su pelazo que resiste, su sonrisa magnética y un corazón de oro sigue ahí, para deleite de todos. A algunos españoles habría que clonarlos para construir un país mejor, más constructivo, bienhumorado y amistoso. Aguanta, Pepe.