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A Borges y a Zapatero la Academia les negó un Nobel. Y eso une mucho. A la deliciosa prosa del argentino, los suecos le hurtaron una distinción que solo la estulticia nórdica puede explicar. A nuestro expresidente, los noruegos no supieron reconocerle sus desvelos por la paz en el mundo. Y eso que convocó mil firmas, mil, una detrás de otra, para apuntalar su candidatura al olimpo de Oslo. Ni su alianza de las civilizaciones, de la que ni Erdogan se acuerda ya, ni su contribución al fin del terrorismo, cincelada a base de chiquitos con Otegi y de togas manchadas con el polvo del camino, obraron el milagro.

Esa sutil comunión entre el escritor y su ilustre ensayista explica que Zapatero, entre visitas a Caracas, almuerzos con su cachorro Pablo Iglesias y llamadas a sus amigos de ERC, haya encontrado el momento de gritar al mundo su devoción por el autor de El Aleph. No vamos a poder preguntárselo al escritor universal pero si Vargas Llosa no ha mentido, a Borges lo que menos le gustaba del mundo era un político.

Como no todo van a ser declaraciones de amor a la inteligencia, Zapatero trufa una indiscutible sensibilidad literaria con su acreditado papel de abogado de pleitos pobres. Igual libera a Leopoldo López, logro del que desternillantemente alardea, que enarca la «zeja» y nos dice a los españoles que confiemos en Sánchez (al que traicionó con Susana Díaz), que sabrá arreglar lo de Puigdemont. Solo son piedras en el camino, que diría el guillotinado Ábalos, con las que los dos presidentes más patriotas de la democracia sabrán formar un buen pedregal. Zapatero mandó allí todas las que se encontró en sus siete años de presidente: desde el debido respeto a las víctimas de ETA, a las que ofendió compadreando con sus verdugos, hasta la soberanía de los españoles, sometiéndola a la decisión del Parlamento catalán, sin olvidar sus promesas sociales sepultadas en los mayores recortes de nuestra historia, incluida la congelación de las pensiones y la pionera bajada del sueldo a los funcionarios, que luego Rajoy tuvo que devolver en cómodas pagas de Navidad. Le van a hablar de piedras a Zapatero.

Zapatero es muy de reunirse en torno a una mesa, ya sea con Iglesias a espaldas de Sánchez, o con Maduro a espaldas de la democracia

Una cosa está clara: si lo dice el expresidente, el friki de Waterloo ya puede ir haciendo las maletas y afinando la guitarra, camino de una barbacoa en la casa de Cadaqués de Pilar Rahola, con Laporta de telonero. Porque Zapatero es muy de reunirse en torno a una mesa, ya sea con Iglesias a espaldas de Sánchez, o con Maduro a espaldas de la democracia. Donde esté el diálogo, las manos tendidas, los encuentros planetarios, que se quite la ley, el Estado de Derecho y la dignidad de un país.

El exégeta borgiano nos tenía reservada para estos días la última de las esencias de su tarro de estadista. Aconsejarle a Don Juan Carlos que dé explicaciones. Las que no le ha pedido al dictador venezolano se las exige al Rey que restauró la democracia en España, al jefe de Estado al que mandaba en Nochebuena a hablar bien de la economía mientras Europa llamaba a capítulo a su Gobierno por la bancarrota a la que estaba conduciendo a España en los albores de la crisis de 2008.

«No voy a traicionar a Borges», titula el exmandatario socialista su último ensayo. Pues será al único. Porque hay que reconocerle su poder catalizador de lo mejor de cada casa en España: Pablo Iglesias, Jaume Roures, Puigdemont, Errejón… Sin olvidar su árbol genealógico del faranduleo. Es escuchar su nombre y recuerdo a Miguel Bosé, el papito que todos quisiéramos no tener, y a otros muchos oportunistas, remedando con digital ceja circunfleja en apoyo al Demóstenes que nos gobernó de 2004 a 2011, entre un golpe terrorista desolador y una crisis cruel que negó hasta el final. 

También tengo fresca la imagen de Almodóvar, suscribiendo su pasión por el hombre de la «zeja». Dos centradísimos creadores españoles: el primero defendiendo crecepelos en lugar de vacunas para salvar vidas y el segundo insultando recurrentemente a los españoles que no votan lo que él quiere, y todo desde sus paraísos fiscales y terrenales. Menos mal que Borges ha venido a salvarnos. Convendría que nos aplicáramos su sabiduría porteña cuando nos interpele Zapatero, presumiendo de sus gestas: «Yo no entiendo de venganzas ni perdones. El olvido es la única venganza y el único perdón».