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La defensa europea

Necesitamos dotarnos de una dimensión exterior, pero al ritmo que sea posible. No podemos desmontar el resultado de siglos de historia en pocos días ni crear una conciencia común de nuestra seguridad como resultado de un acto jurídico

Como en anteriores ocasiones, cuando los europeos sienten que el vínculo trasatlántico se diluye, cuando constatan que Estados Unidos se distancia, resurge con cansina previsibilidad la necesidad de dotarnos de una «defensa europea» capaz de garantizar nuestra «autonomía estratégica». En esta ocasión han sido dos hechos puntuales y un tema de fondo los responsables. Estados Unidos no negoció con sus socios de la OTAN la retirada de Afganistán, se limitó a comunicar fechas y protocolos. El trato dado a Francia en la crisis de los submarinos australianos es a todas luces inadmisible e impropio del comportamiento que se espera de un aliado. Dos muestras de una actitud inesperada de la nueva administración Norteamérica, supuestamente más atlantista que su predecesora. Pero mucho más grave es el tema de fondo: la distinta percepción de la política china. Si para Estados Unidos es claramente una amenaza que contener, para los europeos es su principal mercado. La tentación de jugar a la equidistancia está sobre la mesa.

La tradición dicta que debe ser un francés quien reclame la defensa europea. Quizás porque las elites francesas saben mejor que nadie que eso es, hoy en día, imposible. La geografía y la historia determinan perspectivas nacionales no coincidentes. Sólo una gran amenaza, como fue la Unión Soviética, y un liderazgo extraño, el estadounidense, podrían lograr acercar posiciones. Pero ese no es el caso. Confundir la defensa con la industria o la creación de unidades conjuntas es sólo un ejemplo de frivolidad. La defensa trata del uso de la violencia en un ejercicio de soberanía y la Unión Europea aún no está preparada para eso.

Sin embargo, el que la Unión no esté prepara no quiere decir que no sea necesaria. El estado europeo clásico no tiene tamaño crítico para afrontar los retos de nuestro tiempo. Por eso se crearon las Comunidades, allá por la década de los cincuenta del siglo pasado, y por eso no hemos dejado de avanzar en el proceso de integración. Con una política económica y monetaria común, con un mercado único… necesitamos dotarnos de una dimensión exterior, pero al ritmo que sea posible. No podemos desmontar el resultado de siglos de historia en pocos días ni crear una conciencia común de nuestra seguridad como resultado de un acto jurídico.

El reto se hace más urgente si tenemos en cuenta los nuevos dominios. A los clásicos Tierra, Mar y Aire se están sumando el Espacio extraterrestre, y los ámbitos Cibernético y Cognitivo. Es en los nuevos donde se está concentrando la mayor actividad y es aquí donde los europeos nos jugamos nuestro futuro. Como ha ocurrido en el terreno económico y monetario, sólo unidos podremos estar a la altura de las nuevas exigencias en el plano de la defensa. Ninguno de los estados que conforman la Unión podrá hacerlo separadamente.

Es iluso, por no decir irresponsable, dar a entender que podemos dotarnos de una defensa común y garantizar nuestra autonomía estratégica, tanto como pensar que podemos hacer frente a los nuevos retos renacionalizando la defensa. La respuesta pasa por reconstruir el vínculo trasatlántico y dotarnos de un renovado liderazgo.