Vox: no me chilles que no te veo
Alguien debería recordarles la máxima de Esopo: «La rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido»
Estas líneas sorprenderán, molestarán e incluso indignarán a los dirigentes de VOX, en muchos de los cuales percibo cualidades muy estimables; y a una parte de sus seguidores, en no pocos de los cuales detecto inminentes problemas de tensión arterial.
Pero alguien tenía que decirlas y ese alguien voy a ser yo: cada vez que escuchas a Santiago Abascal, te pasa como a Woody Allen cuando oye a Wagner. Te dan ganas de invadir Polonia.
Los excesos de VOX tienen poco que ver con los de Podemos en el fondo, pues unos nacen de problemas reales y los otros de fábulas hinchadas, pero en las formas sí son similares. Ambos dibujan una España parecida al infierno descrito por Paul Auster en El país de las últimas cosas, por razones antagónicas pero conclusiones semejantes.
En el caso de Podemos, el español medio -y no digamos la española- se enfrenta, nada más pisar la calle, a una distopía terrible: allá arriba, en la esquina, un francotirador ultraderechista intenta descerrajarte la cabeza de un certero disparo por rojo.
Acá abajo, la amenaza neoliberal se esconde a la vuelta del portal dispuesta a venderte unas preferentes, someterte a un fondo buitre o cambiar tus sufridos ahorrillos por unos inestables bitcoins comercializados tal vez por Amancio Ortega o algún perverso representante del IBEX 35.
Y si sorteas ambos peligros, aún te quedan las hordas homófobas, las manadas machistas y las brigadas xenófobas emboscadas en las penumbras de un callejón prestas a grabarte a cúter la palabra «marica» en los glúteos; a violarte por llevar minifalda o a echarte al mar del Estrecho entre crueles disparos de pelotas de goma.
Que todo eso exista y que sea tan minoritario como unánimemente condenado por la sociedad no es suficiente para que Podemos adelgace su demagogia y, aunque sea por unos días, se ponga a trabajar: al enemigo imaginario, ni agua.
Pero VOX tiene tendencia a perfilar un paisaje antitético de la misma inspiración: España, para ellos, es una especie de parque temático socialcomunista plagado de checas donde menas, etarras y estalinistas lucen sus mejores artilugios de tortura para erradicar toda sombra de españolidad e imponer, a sangre y fuego, un gulag ideológico con Irene Montero, Arnaldo Otegi y Oriol Junqueras transformando el país en la Siberia de Solzhenitsyn.
No les comparo en casi nada: Podemos es un negocio sectario que defiende, de manera abierta, el acoso al Estado de derecho y la demolición del orden constitucional para imponer el delirio de un par de personajes que se creen la Baader Meinhof y no pasan de Bonnie and Clyde.
Y VOX, sin embargo, tiene razón en el fondo de casi todo lo que dice; no ha matado a nadie y no propone nada que merezca oprobio o sanción alguna: lo que caracteriza a un partido democrático son los procedimientos, no los fines. Y los de VOX respetan escrupulosamente las reglas del juego, aunque con ellas quieran cambiar de juego.
Pero el volumen empleado, la evidencia de que no hace rehenes y la costumbre de epitetar con sinónimos de blandengue y vendido a todo aquel que no suscriba la integridad de sus palabras ni las emita en los decibelios oportunos, sí le equipara con Podemos.
Es obvio que todo responde a una estrategia electoral, resumida en el eslogan de «derechita cobarde», pero alguien debería recordarles la máxima de Esopo: «La rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido».
Quizá si chillan menos, don Santiago, se les entienda un poco mejor. Que Polonia queda muy lejos.