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Bye bye, Felipe

Me imagino su sonrisa burlona viendo los aplausos lanares de algunos barones que echaron a Pedro y este fin de semana le querían como a un hijo, con ese pegamento infalible que recompone cualquier partido político: el poder. Viendo a Page, Susana o Vara… le van a hablar a él de coherencia

Felipe González tenía ganas ya de ser el yayo bueno que todo nieto quiere tener. El que lee la cartilla porque se siente obligado desde sus incontables trienios de vida, pero compra las mejores chuches y da caprichos al nieto, por muy díscolo y disruptivo que este sea. Con ochenta años y un nieto populista como Pedro Sánchez, hijo de José Luis Rodríguez Zapatero, que sembró todas las tempestades en la familia socialista (y en España), al yayo Felipe solo le quedaba montar una piñata en Valencia para que el heredero de la familia se sintiera como en Bulgaria.

Un tironcito de orejas al joven Pedro fue toda la disciplina infligida al travieso nieto, para recordarle que no sea tan malo y deje libertad para opinar libremente a sus conmilitones, y poco más: en la celebración de autobombo del retoño, quién le iba a recordar sus pactos con Bildu, su coalición con los que le tiraron a la cara la cal viva, sus delcys, plus ultra y morodos, con los amigos de Maduro, tan enemigo del abu. La memoria, su memoria, está para perderla cuando uno lo ha hecho todo en la vida. El yayo Felipe perdió la memoria amarga de la España multinivel, y como tributo al tiempo que ya no volverá, se quedó con sus recuerdos más dulces, los del abuelo cebolleta de Suresnes, los de sus conversaciones con Carmen Alborch, sus vivencias con Willy Brandt o las enseñanzas de Malraux. No es hierro forjado, después de todo, todo ha sido nada…

La alternativa hubiera sido no acudir al 40 Congreso de socialistas uncidos, pero tampoco hay que pedir a personaje tan provecto comportamientos heroicos. Siempre podrá Felipe hacer de vez en cuando un party con Rajoy o Aznar y decir lo que de verdad piensa, sin confundirse con el ecosistema que le preparó ayer el PSOE. A Felipe, después de vomitar contra su sucesor postrero durante los últimos años, solo le quedaba en nombre de la coherencia política apagar la luz, cerrar la puerta, entregar el carné (renuncia que Pablo Iglesias tanto le reclamó) y navegar la vida con el viejo Carlos (Slim), a una Ítaca donde nadie ha oído hablar de Ione Belarra ni de Pere Aragonés ni de la plurinacionalidad de España, ni han mandado al destierro al Rey que nos reconcilió con la democracia. Me imagino la sonrisa burlona de Felipe viendo los aplausos lanares de algunos barones que echaron a Pedro y este fin de semana le querían como a un hijo, con ese pegamento infalible que recompone cualquier partido político: el poder. Viendo a Page, Susana o Vara… le van a hablar a él de coherencia.

Felipe opina lo peor de Pedro. Y de Zapatero. Y del Parnaso sanchista, donde reina la gran poetisa del asfalto, Adriana Lastra. Y de todos cuantos dilapidaron su herencia socialdemócrata. Pero en el páramo de Valencia, que ha eliminado la democracia interna en el PSOE, no va a ser él el único partisano que defienda el régimen del 78 y la cultura del consenso; ayer se hizo evidente que la mayor parte de los que se partían las palmas de la mano aplaudiendo a Pedro les importa más la doctrina del BOE y el tik tok de Ferraz que el recuerdo de Rubalcaba, otro viejo rockero que murió con los deberes con la Corona bien hechos. Y sin ver lo peor.

En Valencia, mientras el nieto colocaba con el dedo a los compromisarios, consolidaba su poder omnímodo que consagró el 17 de febrero de 2018 cuando cambió el reglamento de Ferraz para eliminar los poderes intermedios, quedándose él, el sumo Sánchez, solo con las bases, en una relación asamblearia y caribeña, González (recordando un estrambote de Lope) se calzó las pantuflas, requirió soldada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. Adiós comité federal, adiós barones, adiós democracia interna. Bye bye Felipe.