La joven justiciera
Se llama María Servini, es titular del Juzgado de lo Criminal y Correccional Federal 1 de Argentina, y ha cumplido los 84 años de edad. Ahora entiendo los motivos de la presencia en España de determinados deshechos argentinos. ¿A qué edad se jubilan los funcionarios de aquel maravilloso y robado país?
La juventud es así. Arrolladora. Una juez argentina la tiene tomada con Martín Villa. Ya fracasó en el primer intento, pero esa sangre caliente que fluye por sus venas como un Paraná justiciero –y quizá justicialista–, le ha impulsado a procesar a Rodolfo Martín Villa, ministro del Interior del Gobierno de España en 1976 siendo presidente Adolfo Suárez. Le acusa de la muerte en 1976 de tres personas en Vitoria, y de un hombre en las fiestas de San Fermín de 1979. Dicta para Martín Villa prisión preventiva y solicita el embargo de sus bienes por un total de mil ciento treinta y cuatro millones. Por fortuna para el ex Ministro y su familia, esos mil ciento treinta y cuatro millones no son de euros, sino de pesos argentinos, que valen poco últimamente.
La juez ha necesitado de mil folios para intentar demostrar la implicación de Martín Villa en esos lejanos óbitos, pero ella es así. Tozuda y palpitante. Se llama María Servini, es titular del Juzgado de lo Criminal y Correccional Federal 1 de Argentina, y ha cumplido los 84 años de edad. Ahora entiendo los motivos de la presencia en España de determinados deshechos argentinos. ¿A qué edad se jubilan los funcionarios de aquel maravilloso y robado país? A Echenique, los servicios sociales argentinos le negaron la carísima silla que le concedió la Seguridad Social de España, y en muestra de agradecimiento por ello, la defraudó. Pero la razón principal de haber elegido a España para vivir y molestar no es otra que la edad mínima de jubilación establecida en Argentina. Si una juez a los 84 años no se ha jubilado todavía, Echenique que es un vago redomado como sus inmediatos compañeros de Podemos, tendría que alcanzar el siglo de vida para percibir la pensión correspondiente a su reconocida indolencia y vaguería. Ahora se entienden mejor las cosas. Los mayores somos así, imprevistos. Contaba el insuperable Luis Sánchez Polack «Tip», que aprovechando la Ley del Divorcio de Francisco Fernández Ordóñez, sus tíos –de Tip, no de Fernández Ordóñez-, Laurentino y Hortensia, se presentaron ante el juez para obtener su separación matrimonial. Querían vivir la libertad, realizarse, como se decía antaño, empoderarse, como se dice ahora. El tío Laurentino había cumplido los 102 años de edad, y la tía Hortensia frisaba los 99.
–¿Por qué han esperado tanto tiempo para tomar esta determinación? –les preguntó Su Señoría.
–Porque no queríamos dar un disgusto a los niños –respondieron.
Martín Villa no tenía la obligación de responder a las preguntas de la jovenzuela juez al estar amparado por la Justicia española. Aún así, se tomó la molestia de hacerlo. Y ha sido respaldado con absoluta contundencia por los expresidentes del Gobierno de España Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero –el de la presumible mina de oro en Venezuela– y Mariano Rajoy. Esta misma juez, lacerante enemiga de la Transición española, fue investigada en Argentina por haber entregado en adopción a decenas de niños, hijos de desaparecidos durante la dictadura militar presidida por Videla. Cuando Gila huyó de España, no de Franco, sino de las obligaciones económicas que la Justicia le impuso para con su primera mujer, eligió la Argentina de Videla, no la Cuba de Castro. Esto no viene a cuento, pero lo escribo porque así fue y me surge de las napias.
Martín Villa fue un modélico Gobernador Civil de Cataluña, y posteriormente, ya en la democracia, un buen ministro del Interior. Le tocó bailar con la más fea. No se le acusó de nada, hasta que la joven juez argentina decidió meterse en nuestros asuntos y olvidarse de los suyos, entre ellos, el asesinato de un Fiscal que estaba a punto de enchironar por colaboración con una acción terrorista antisemita y por ladrona a la presidente de la nación, Cristina Fernández de Kirchner.
Conozco a Martín Villa –esto es personal–, y le considero incapaz de atentar desde el poder contra la vida de nadie. Es un hombre de bien, y fue un gran servidor del Estado. Lo que intente demostrar la joven juez Servini en 1.000 folios, sinceramente, me la refanfinfla. Refanfinflado quedo.