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El observadorFlorentino Portero

La crisis francesa

Conservadores y socialistas se sucedían en el poder… hasta que el tinglado se vino abajo

Actualizada 01:21

Ya es un lugar común decir que estamos viviendo un cambio de época, aunque, de hecho, nos comportamos como si esto no fuera cierto. Si prestamos atención a los cambios políticos que vienen ocurriendo de un tiempo a esta parte en nuestro entorno podremos constatar que el escenario se parece poco al de hace un par de décadas. Pongamos un ejemplo representativo, nuestro vecino Francia.

Tras el establecimiento de la V República por obra del general Charles de Gaulle, vivimos una situación de bipartidismo imperfecto, con algunos pequeños partidos centristas. Frente a la gran formación del centro-derecha estuvo primero el partido comunista, al que sucedió el socialista de la mano de una figura tan oscura como inteligente, François Mitterrand. Unos y otros disponían de una élite político-administrativa formada en las «altas escuelas», capaz de garantizar la gestión de los servicios públicos y de defender los intereses de la República más allá de sus fronteras. Conservadores y socialistas se sucedían en el poder… hasta que el tinglado se vino abajo.

El modelo de estado de bienestar francés, como otros de la Vieja Europa, comenzó a hacer aguas. Para aliviar una presión insostenible sobre las arcas del estado, los ministros de una u otra afiliación plantearon reformas que chocaron con la voluntad soberana de la ciudadanía. Los franceses reclamaban el derecho a continuar viviendo por encima de sus posibilidades. Una situación nada sorprendente cuando a los ciudadanos se les repite que tienen derecho a esto, aquello y lo de más allá. Al final, se lo acaban creyendo y actúan en consecuencia. Los franceses fueron perdiendo la confianza en sus prestigiosas, bien educadas y remuneradas élites y comenzaron a considerar otras alternativas. Nada original. Lo hemos visto en Estados Unidos, en Italia…

En las anteriores elecciones presidenciales, el candidato del centro-derecha, Fillon, se encontró ante un escándalo que lo situó fuera de juego. El resultado fue que un señor que pasaba por allí, exministro socialista y banquero, sin partido que lo respaldara, pero sobrado de osadía y con buena cabeza, se llevó el gato al agua. Macron llegó al palacio del Eliseo, creó un partido político a su medida y ha gobernado hasta hoy. Su popularidad es muy baja, pero no deja de representar los valores tradicionales, la opción europeísta y la continuidad con el modelo que ha venido funcionando desde de Gaulle.

A su alrededor el centro-derecha se vino abajo. El partido socialista está casi extinto. A la derecha, la Agrupación Nacional de Le Pen parece haber tocado techo. Ante este vacío han surgido alternativas. Destaca un personaje mediático, Zemmour, con un discurso distinto y radical, que se ha colocado en los sondeos por encima de Le Pen. En cierta medida podemos considerar su éxito como un desahogo estéril. Se le votará para enviar un mensaje de hartazgo, pero renunciando a un cambio real. Zemmour divide a la derecha extrema y facilita el triunfo de Macron o de un republicano. Pero ¿qué pasaría si se uniera con Le Pen?

Lo único seguro es que el sistema de partidos francés está perdiendo la confianza de sus electores. Nada original.

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