¡Vaya milonga!
Zapatero no acabó con ETA, lo hicieron Aznar y Garzón, el soberbio trabajo policial de décadas y la Guerra contra el Terrorismo tras el 11-S
Este miércoles, día 20, se cumplen diez años de lo que se ha dado en llamar «el fin de ETA». Al calor de la efeméride, los medios del autodenominado «progresismo» han presentado a Zapatero como el presidente que lo logró. El interfecto ha ofrecido entrevistas en las que con tono quedo y trascendente se presenta como el mesurado pacifista que acabó con lo que algunos denominan «el conflicto», un eufemismo que a muchos nos molesta (el conflicto consistía en que unos mataban de manera salvaje y a traición y otros morían, despanzurrados por una bomba, o con un tiro en la nuca).
¡Vaya milonga sostener que fue Zapatero quien acabó con ETA! Cuando Eguiguren inicia sus conversaciones con Otegui, la banda terrorista está ya más perforada que el calcetín de un vagabundo en una novela de Dickens, debido a décadas de impresionante trabajo policial. Pero lo que le da el golpe de gracia es un cambio de estrategia en la lucha antiterrorista. Aznar y el juez Garzón, que algún servicio hizo antes de perder tristemente el norte, se percatan de que para acabar con ETA es necesario asfixiarla económicamente y socialmente, extirpar todo el tinglado civil que la sostenía. Se ilegaliza Batasuna, se cierra la red de tabernas de recaudación, se la acogota financieramente.
A ello se une un hecho que lo cambia todo: el 11-S. Tan brutal e inimaginable atentado muda por completo la ambivalente mirada europea hacia cierto terrorismo. Pasa a ser lo que siempre debería haber sido: inaceptable, todo él, sin coartadas ni excusas de ningún tipo. Se acaban los santuarios galos y la mirada condescendiente de algunos medios europeos ante la que vergonzosamente seguían llamando «la organización separatista vasca». ETA no tiene ya sentido ni posibilidades en un mundo marcado por la Guerra contra el Terrorismo del Bush. Es un repugnante anacronismo, una excrecencia residual del pasado con los días contados. Por último, hay un tercer factor que ayudó a liquidarla: la unidad contra ella de los dos grandes partidos políticos españoles (que tanto se echa hoy de menos ante la amenaza separatista, debido al lamentable entreguismo filonacionalista del PSOE, que en la práctica da oxígeno a los más tenaces enemigos de España).
ETA ya era un zombi a punto de desplomarse cuando llegó el buenismo zapaterista, que ha contribuido a que su continuación política, Bildu, haya tenido más fácil intentar reescribir a su gusto lo que fue una espeluznante historia de terror. Los etarras no decidieron poner fin a su barbarie de sangre y lágrimas por arrepentimiento alguno. Simplemente el Estado español los vapuleó y derrotó tras una tenaz lucha que duró décadas. No compren mercancía averiada. Desde luego no fue Zapatero quien acabó con ETA.