El busto
«Estoy doblemente emocionado. Porque en el busto, nuestro viejo Rey es idéntico a Manolo Bienvenida», decía Vicente Zabala
Los bustos de bronce son caprichosos e interpretables. El añorado patrón de ABC y Prensa Española, Guillermo Luca de Tena, encargó la creación de un busto broncíneo al escultor Santiago de Santiago de Don Juan de Borbón, destinado a presidir el salón de actos de ABC, antesala de la biblioteca. En ese salón se celebraban los «Cavia» y otros eventos del ABC familiar aún no invadido por la transversalidad de Neguri. Acompañé a Don Juan al acto de inauguración de su busto, con el duque de Alburquerque, el conde de los Gaitanes y su ayudante militar, el entonces capitán de fragata Teodoro de Leste, que sería, ya fallecido el Rey del exilio, comandante de la fragata «Navarra», contralmirante de la Armada y director del Museo Naval. Era director de ABC Luis María Ansón, todavía con acento en la ó. Guillermo se dirigió a Don Juan en un breve pero profundo discurso presidido por el cariño y la lealtad. Don Juan ya tenía el cáncer atenazándole la garganta y agradeció las palabras de Guillermo con su gran expresividad gestual. Inmediatamente después, el busto fue descubierto por Don Juan y Guillermo Luca de Tena. A mi lado estaba el formidable Vicente Zabala, padre del actual Vicente, gran crítico taurino, honesto a carta cabal, casi miembro de la familia Bienvenida, aficionado a la farmacopea y monárquico antiguo, de los «estorileños». Descubierto el busto, Vicente, tan castizo y agudo con la voz como con la pluma, comentó:
–Estoy doblemente emocionado. Porque, en el busto, nuestro viejo Rey es idéntico a Manolo Bienvenida.
Tan parecido le salió a Santiago de Santiago Don Juan al mayor de la dinastía Bienvenida, que en las cenas organizadas por ABC, Vicente Zabala lo saludaba de esta manera:
–Buenas noches, maestro.
En Valencia, con motivo de la cachupinada del PSOE, donde ha entrado en vereda hasta Felipe González, se inauguró y fue expuesto por vez primera un busto de bronce de Alfredo Pérez de Rubalcaba. Fui amigo de Rubalcaba y siempre admitió con suprema elegancia alguna de mis críticas. De una honestidad absoluta, gran servidor del Estado desde su perspectiva socialista y el más inteligente de todos ellos con abrumadora distancia. Pilarista, atleta y químico. El busto del añorado dirigente socialista se mantiene sobre una plataforma de madera, en cuyo tramo superior se puede leer: «Alfredo Pérez Rubalcaba». Menos mal. En el primer golpe de vista, la confusión se apoderó de mi habitual serenidad.
¿Qué hacen los socialistas exhibiendo en Valencia un busto de Maurice Chevalier, el actor francés? Posteriormente, y afinando la mirada, Maurice Chevalier se empezó a parecer a Eisenhower recién levantado, es decir, con los ojos legañosos y sin afeitar. Y finalmente, el que fuera presidente de los Estados Unidos y gran general de la Segunda Guerra Mundial, abandonó el busto dando permiso y paso al académico y médico, profesor Rof Carballo, que no era socialista. También puede tener algún parecido con uno de los hermanos Lladró, que tampoco intuyo socialistas, pero encajan en el busto por su condición de grandes emprendedores y empresarios valencianos. Pero el que no es, el que no está representado en la infame culminación artística, el que no se parece nada al personaje del busto, es Alfredo Pérez de Rubalcaba. Y don Alfredo no se merece esa chapuza.
Por lo demás bien. Aquí en el norte de España, buen tiempo, cálida temperatura, inicio del «tardíu» y la mar en calma.