Si eres conservador olvídate de los premios
Empieza a resultar muy difícil ser galardonado en España si no exhalas cierto aroma a progresismo
Las dos últimas ediciones de los Premios Nacionales de Cultura se han consagrado casi sin excepción a creadores caracterizados por su compromiso progresista, más o menos acentuado. Los jurados no son imparciales. La ideología prima sobre el arte. A la hora de elegir, se discrimina sin disimulo a favor del discurso de izquierdas. En varios casos, los galardones del Ministerio de Cultura les han caído del cielo a artistas y literatos de carrera exigua y talento muy debatible, pero que formaban parte de la correcta feligresía ideológica. La supuesta audacia de algunos premiados estriba en exabruptos facilones contra el establishment, que muchas veces no son más que rancios refritos de viejas provocaciones de las vanguardias del siglo XX. El llamado «compromiso» –es decir, el apostolado a favor del obligatorio progresismo, el feminismo o la causa LGTBI– es la vitola que abre las puertas.
Lo que denotan los premios españoles es algo conocido: la izquierda conserva su imperio sobre el universo cultural, como sucede en casi todo Occidente. Un autor que huela a liberal, o no digamos ya a conservador, lo tendrá harto difícil para que se le distinga a lo grande (pensándolo bien, el Nobel de Vargas Llosa fue un pequeño milagro, como si la zurda Academia sueca hubiese sufrido un despiste). Un creador de derechas puede sin duda triunfar entre el público, que es libre y soberano. Pero el oficialismo cultural, y las secciones de Cultura de los medios –que son todas prácticamente idénticas, como clones del modelo que inventó en su día Prisa– lo orillarán, no lo considerarán. Si a un creador le da por defender un poco la historia de España, la unidad de la nación o la lengua española, ¡anatema!: no tardarán en endilgarle la etiqueta de fachilla y hacerle un sutil vacío.
Ni siquiera nuestros más distinguidos premios, los Princesa de Asturias, escapan últimamente a este clima de pensamiento único. En la edición de este año, el galardón de Comunicación y Humanidades ha sido para la veterana estadounidense Gloria Steinem, de 87 años, que cobró fama en las campañas feministas de izquierda de los sesenta y setenta. «Abortar también puede ser motivo de celebración», dice en una entrevista al hilo de su premio español. No es un aserto que comparta toda la sociedad, ni mucho menos. Molestará a un enorme sector que está a favor de la vida. ¿No se podía haber encontrado un premio más integrador, menos divisivo, aunque no fuese tan correctamente-súper-progre?
El premio de las Artes le cae a Marina Abramovic, cansina y veterana diva de la performance, autora de unas instalaciones de teórica vanguardia, audacias nada audaces, por gastadas, que el tiempo dejará en pura quincalla (¡qué bien la destripaba el maestro Sorrentino en la formidable La Gran Belleza!). Abramovic es otro premio guay, bien progresista. El de Cooperación, para Camfed, organización que hace una buena labor para educar a las niñas africanas, pero por supuesto desde postulados feministas-progresistas (su patrona mayor es una exprimera ministra laborista australiana). El de Ciencias Sociales lo recibe el ilustre Amartya Sen, sin duda un valioso economista, premio Nobel… y adorado por la izquierda, por supuesto. El de la Concordia va para el bueno del cocinero José Andrés (que se distinguió además como fogoso antitrumpista, completando así el perfil adecuado).
¿No había nadie del orbe conservador, liberal o católico al que premiar en Oviedo? El corolario empieza a ser evidente: si no eres progresista, olvídate de los premios.