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Perdón a Hispanoamérica

¿Por qué remontarnos entonces al siglo XV o a Hernán Cortés cuando el verdadero daño a América por parte de españoles es contemporáneo?

En 2006 me ofrecieron dirigir un programa de cooperación internacional en Bolivia y allí me trasladé. El recién elegido Gobierno de Evo Morales acababa de anunciar una reforma constitucional a imitación del proceso realizado por Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y nuestro país quería participar activamente en el mismo, por lo que se diseñaron diferentes estrategias de actuación en el Ministerio entonces capitaneado por Moratinos, León Gross, De la Iglesia y Pajín.

El castrochavismo estaba por entonces en plena ebulición en la región y la primera medida que adoptó el Gobierno de Morales y su vicepresidente García Linera fue la nacionalización de los hidrocarburos. Decisión que escenificó el primero de mayo con la toma militar de las instalaciones de las empresas multinacionales del sector, incluida Andina, filial de Repsol.

Aquellas imágenes y también los histriónicos discursos llamando a la descolonización y contra el imperialismo resultaron perturbadores en Madrid. Había preocupación por lo que pudiera suceder con las filiales e intereses de Repsol, Abertis, BBVA, etc… Por lo que decidieron prestar más atención y monitorizar en la medida de lo posible lo que allí sucedía. Nuestras autoridades estaban, por un lado, apoyando con entusiasmo un Gobierno claramente alineado con el eje La Habana-Caracas-Teherán; y por otro, preocupados por los intereses de las empresas mencionadas. Con la esperanza de encauzar esto último, el apoyo político e ideológico se aceleró con las condonaciones de deuda y el aumento de las partidas destinadas a cooperación internacional y ayuda al desarrollo.

En este contexto no faltó financiación a multitud de organismos, fundaciones, institutos, observatorios, agencias de cooperación, organizaciones (no) gubernamentales y un sinfín de entidades perfectamente alineadas ideológicamente con el Gobierno bolivariano de La Paz. Asistí, ojiplático, a situaciones y eventos inenarrables, pero lo más destacable tal vez sea la llegada masiva de españoles, entonces perfectos desconocidos, muchos de los cuales hoy tienen responsabilidades parlamentarias y/o gubernamentales. Campaban a sus anchas por el país andino y amazónico instruyendo a los miembros de aquel Gobierno, viajaban con frecuencia de Buenos Aires a Caracas, desde Caracas a La Paz o Sucre y también a Quito. Eran la viva imagen de aquello que criticaban: el intervencionismo exterior.

Especialmente inquietante fue la continua presencia de nacionalistas o independentistas (ERC, CUP, PSC, BNG…), también de miembros o dirigentes de nuestros actuales partidos comunistas, siendo relativamente frecuente encontrarse con batasunos en alguno de los restaurantes del centro de La Paz, Sucre o Santa Cruz de la Sierra. Bolivia era un hervidero de anticapitalistas, socialistas, comunistas, batasunos, anti-imperialistas... Era la misma cofradía que, articulados en torno a ciertas organizaciones y estructuras universitarias, había pasado por Venezuela, que luego llegaría a Ecuador y que me imagino ahora en Perú o Chile. Especialistas en agitar y enfrentar a la sociedad a tiempo completo, pues no parecían tener vida al margen de la revolución. Difícilmente se puede competir con gente así, dedicada íntegramente a sus objetivos políticos, en este caso, a desmerecer el pasado común entre España y América y a hacer renegar a los hispanoamericanos de este.

¿Por qué remontarnos entonces al siglo XV o a Hernán Cortés cuando el verdadero daño a América por parte de españoles es contemporáneo? Cualquier persona mínimamente formada sabe que es absurdo apuntar o señalar a quienes, aun con sus errores o excesos, no hicieron más que contribuir a la modernización de aquellas tierras y sin embargo no preocuparse seriamente por quienes están literalmente destrozando el futuro de millones de personas. Ayer Venezuela o Bolivia, hoy México o Perú, mañana Chile. Este es el verdadero daño que España, o mejor dicho, algunos gobiernos, ciudadanos, periodistas y universitarios españoles, están infligiendo a aquellas tierras.

Los españoles de antaño cometerían sus errores y excesos, incluso se enfrentaron entre ellos como demuestran los episodios de Pizarro con Almagro, pero lo cierto es que llevaron a América tecnología, conocimiento, una lengua común cuya valoración económica es superior a mil cerros ricos de Potosí, un desarrollo jurídico e institucional que procuró una organización administrativa y territorial como demuestra la Audiencia de Charcas, y también un código de valores con el catolicismo que, guste a algunos o no, permitió una evolución cívica y un progreso sorprendente.

Consecuentemente, y aunque tal vez sea cierto que toda esta gente no tuvo ni tiene tanta trascendencia como se suele decir, parece claro que si hay que pedir perdón a nuestros hermanos hispanoamericanos, habrá que hacerlo por no haber hecho lo necesario para evitar que esta especie de asociación de malhechores, chamanes y gobernantes extravagantes a los que nosotros mismos hemos elegido hayan implementado progresivamente en aquellas tierras un marco ideológico y mental que sólo les ha traído desasosiego, incertidumbre, sufrimiento y violencia, además de promover la pérdida de identidad común. Es el mismo marco que, curiosamente, sólo unos años después también se ha instalado ya aquí, lo cual explica que el origen y desencadenante tiene un mismo origen geográfico.

Juan J. Gutiérrez Alonso es profesor Titular de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada