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No sin mi poltrona

PSOE y Podemos se detestan pero no romperán, tragarán con lo que haga falta para conservar un poder con el que ni soñaban

El periodismo deportivo tiene su clímax en las jornadas de competición. El resto del tiempo mucha de su cháchara es relleno divertido para entretener al respetable. A veces en el periodismo político ocurre algo similar: se elucubra sobre futuribles que tienen pocos visos de plasmarse en realidades.

El caso extremo de inflación analítica se registra en Cataluña, desde hace años el frenopático político español. Allí, por ejemplo, se elucubra ad infinitum sobre el odio cainita y la imposibilidad de entenderse de los de ERC y los de Puigdemont, cuando al final siempre se entienden, pues los hermana una obsesión sentimental: un odio a España de ramalazo casi supremacista.

En la política nacional, el último gran clásico del análisis politológico es especular sobre una posible ruptura de PSOE y Podemos, que haga caer al Gobierno y obligue a convocar elecciones anticipadas. Tal hipótesis ilusiona a la mitad de España que cree, con razón, que descansar de esta chiquillada social-comunista resultaría muy saludable para el porvenir del país (ayer asistimos a la rabieta infantil de la ministra Belarra grabándose un discursito en su despacho en venganza porque el ala PSOE del Ejecutivo no la dejó ir a vender la moto del día en la rueda de prensa).

Pero no caerá esa breva. Pierdan toda esperanza: Podemos y PSOE no romperán. Aunque se detestan y salen a puñetita diaria, se necesitan para conservar unas poltronas con las que nunca habían soñado. Tragarán la bilis que haga falta con tal de preservar el poder. Si mañana hubiese elecciones, PP y Vox podrían gobernar, según pronostican todas las encuestas menos las del humorista Tezanos. Así que la coalición gobernante necesita esperar, como mínimo, a que lleguen a chorro los fondos europeos, para utilizarlos en una gran operación peronista de captación del voto mediante ayudas dirigidas. España es el único país de nuestro entorno donde el Gobierno va a repartir el maná de la UE a dedo y sin ningún tipo de contrapeso político de control. Un escándalo que pasa casi desapercibido y contra el que la oposición debería plantarse, incluso ante instancias europeas.

Sánchez, el presidente más débil y con menor apoyo electoral de nuestra democracia, y Yolanda Díaz, que en la política gallega de donde viene no rascaba bola en las urnas, están colocados hoy por encima de su umbral de competencia. Les ha tocado la Loto con sus cargos de presidente y vicepresidenta. Se contemplan en el espejo fascinados. No se arriesgarán a jugarse el poder y su púrpura en la ruleta rusa de unas elecciones anticipadas.

¿Que los de Podemos se ponen todavía más plastas de lo habitual? Ningún problema para Sánchez, que ha demostrado que es un faquir capaz de engullir los sables que haga falta. Se saltó la histórica línea roja del PSOE de no llegar al poder pactando con los separatistas. Se saltó la norma no escrita de nuestra democracia de que aquí gobernaba el más votado. Se saltó sus promesas de no gobernar con Podemos y no pastelear jamás con Bildu. Se fumó al Supremo, a la opinión pública y sus propias palabras para indultar a los golpistas de 2017. Así que no le va a costar nada una nueva envainada con la reforma laboral (salvo que Bruselas le enseñe la tarjeta roja). Estamos hablando de un gobernante que tolera sin pestañear que sus ministros comunistas se pitorreen de la Constitución haciendo campañas contra el Rey, o amenacen a los jueces y rechacen sus sentencias.

Podemos y el PSOE son hoy como Keith Richards y Mick Jagger: no se tragan, están ya muy gastados y suenan cada vez peor, pero saben que si se separan igual ya no vuelven al escenario.