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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

MCP: Ministerio de Cultura (Progresista)

Iceta crea un Archivo Histórico de Movimientos Sociales donde huelga decir que solo existe lo izquierdista

Actualizada 09:09

Antaño el Gobierno de España contaba con un Ministerio de Cultura. Ahora cuenta con un MCP: el Ministerio de Cultura (Progresista). Sus premios nacionales alzapriman sistemáticamente a autores y entidades «comprometidas». Traducción automática: de izquierdas. Su concepción de la cultura tiene un objetivo medular, que es fomentar la buena nueva del supuesto «progresismo», ideología que aspira a convertirse en la única manera aceptable de ver el mundo.

El actual ministro del MCP es el veterano apparatchik socialista Miquel Iceta, de 61 años. Se trata de un profesional de la política, un nacionalista catalán jovial, bailón, maniobrero y sin estudios superiores. Iceta tiene tanta experiencia acreditada en el mundo cultural como la que pueda mantener con la pesca del salmón a mosca, o con la investigación de la fusión nuclear. Es ministro simplemente por la cuota que paga Sánchez al PSC. Igual que le ha tocado en el bombo Cultura le podían haber caído Ciencia, Igualdad, Consumo… cualquier cartera. Pero Iceta es listo, goza de una cabeza despejada, así que ha entendido enseguida de qué va el Ministerio de Cultura (Progresista): se trata de promover la visión sectaria de este Gobierno en todos los ámbitos del pensamiento y la creación cultural.

El Ministerio de Cultura (Progresista) ha publicado en el BOE la creación del Archivo Histórico de Movimientos Sociales. Se trata de recopilar y custodiar la documentación generada desde el siglo XIX por «movimientos sociales de todo tipo». Hasta ahí, nada que objetar, es parte de la historia de España. Pero por supuesto hay truco. Los movimientos son el feminismo, ecologismo, pacifismo, la causa LGTBI… En la práctica la ley de creación del archivo solo admite movimientos sociales «progresistas». Es decir, desde el siglo XX hasta hoy, que ya ha llovido, no ha existido una sola organización centrista o de derechas, o católica, que haya hecho nada por mejorar la vida de las personas o por promover avances sociales. Una vez más, la historia con orejeras.

La gran batalla del momento es la cultural. Y el «progresismo» no descansa, en ningún frente, llegando incluso a lo psicodélico: como ver al Gobierno valenciano gastando el dinero público de todos en promover entre los jóvenes aquello que el Diccionario de la RAE describe bajo el sustantivo de «sodomía». En su turno de réplica, cuando la oposición le reprochó en el Parlamento valenciano la campaña, Ximo Puig se sintió graciosete y respondió: «El sexo anal no es obligatorio». Le faltó añadir «por ahora». 

Se están sacando las cosas de quicio, anteponiendo lo minoritario a lo mayoritario. Se impone por ley una lectura de la historia maquinea y obligatoria. Se atemoriza a los niños en las escuelas como si mañana mismo fuese a ocurrir un apocalipsis climático. Se pinta a la familia tradicional como algo excéntrico, casi regresivo. Se condena el esfuerzo como reaccionario. Se victimiza a la mujeres en uno de los países donde, afortunadamente, más se respetan sus derechos (y los de los homosexuales, como no podía ser de otra manera). Se señala a la fe católica como sospechosa (no así otros credos) y se maquina contra la excelente educación concertada. Se pretende dividir la sociedad entre ciudadanos correctos e incorrectos y en defensa de nuestra libertad deberíamos ir diciendo que ya está bien. Una sociedad de zombis de credo único no es una sociedad sana.

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