Garzón con sacarina
Ya le dijo su padre: «Si te juntas con Podemos, no te voto». Ni él, ni los ganaderos, ni la industria procesadora, ni los profesionales de la publicidad, ni el sector turístico ni… millones de españoles
Haberse formado en las Juventudes Comunistas le ha dado a Alberto Garzón una enseñanza definitiva: la formación de una moral comunista debe servir para la creación de nuevos hombres que se rebelen contra el capitalismo y sus vicios, y si los vicios son azucarados, con mayor razón. Coincidió en su juventud nuestro celebérrimo ministro de Consumo con Pablo Iglesias y, con él y su entonces novia, Tania Sánchez, se iba de vacaciones a planificar cómo cargarse Izquierda Unida y levantarle todos sus votos y estructuras federales. Solo consiguió Garzón una parte de su alambicada proeza: robarle las siglas a IU, porque perdió un millón de apoyos que volaron para siempre.
¿Cómo ha podido llegar semejante lumbrera a ministro del Gobierno de España? Pues aten cabos: servicios prestados al amado líder, amistades juveniles y el nivel low cost del Gabinete de Pedro Sánchez. Por eso lo tenemos manejando 60 millones de presupuesto (un 46 % más), con 579 empleados de los que 14 son enchufados a sus órdenes, cumpliendo la máxima de ese estandarte de la democracia que fue Lenin: solo en la nueva cultura comunista crecen los hombres del futuro.
De esa reeducación social nacerán las generaciones forjadas por Garzón y sus compañeros de Gobierno: muchachos que podrán hacer el bachillerato en tres cómodos años, que pasarán a Selectividad con un suspenso, a los que no se podrá agobiar pidiéndoles que estudien por si se frustran y, eso sí, que no tomarán galletas, zumos, bebidas energéticas y helados. Evitar los alimentos procesados está más que justificado por la epidemia de obesidad que asola a los menores en los países occidentales, pero sería más creíble la preocupación del ministro de Consumo por el corpore sano si la tuviera al mismo nivel por la mens sana de esos chicos. Este Gobierno está empeñado en que no seamos ni ludópatas ni obesos ni heterosexuales, pero lo de cultivar la mente es otro cantar. Con su sentimentalismo tóxico gustan de meterse en nuestra cocina y en nuestra cama, pero les importa bien poco nuestra formación y competencias. En realidad, es todo lo contrario: la izquierda persigue que la sociedad pierda la masa crítica, siempre más exigente, lo que facilitará su manipulación y silenciamiento. Y si no quieren esperar unos años, con un par de estados de alarma consiguen lo mismo en menos tiempo.
En cualquier caso, el amor del ministro por la comida sana, su rechazo por los chuletones, los dulces y la dolce vita de la derecha debió sobrevenirle hace relativamente poco. A los 270 invitados a su boda hace cuatro años en La Rioja no les ofreció el trigo que predicaba ni las hortalizas que patrocina ahora. Se pusieron de solomillo (ibérico), de langostinos con salsa americana (muy poco recomendable según la dieta gubernamental) y de pirámide de chocolates con helado de vainilla que ni los empresarios de comida industrial a los que pone a caldo hubieran elaborado menú tan redondo.
Como buen amigo de Iglesias, Garzón cabalga sobre más contradicciones: lo suyo no es trabajar, que también mantiene en forma, porque salvo gastarse un millón y medio de euros en campañas televisivas y comentar por Twitter la política nacional no se le conoce una sola iniciativa legal excepto un real decreto menor. Ya le dijo su padre, un comunista seguidor de Cayo Lara, en un chiringuito del Rincón de la Victoria que la familia frecuenta: «Si te juntas con Podemos, no te voto». Ni él, ni los ganaderos, ni la industria procesadora, ni los profesionales de la publicidad, ni el sector turístico ni… millones de españoles.