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La verdad de la religión climática de Sánchez

En contra de la histeria del Gobierno, España es uno de los países desarrollados que menos mancha

Aunque algunos estudiosos lo rebaten de forma argumentada, a estas alturas existe un consenso científico bastante claro sobre que la mano del hombre, el desarrollo contaminante, ha afectado negativamente al clima y que el problema puede empeorar si no se ataja con contundencia. El propio Papa ha dedicado una encíclica al asunto, Laudato si', rubricada en mayo de 2015, donde habla de «crisis ecológica» y «degradación ambiental». Además, ante la Conferencia sobre el Cambio Climático de Glasgow, que arranca hoy, Francisco ha urgido a los líderes mundiales a que adopten de una vez medidas frente a «una amenaza sin precedentes». El problema está ahí y tal vez el debate debería versar sobre cómo afrontarlo, más que sobre si es real. Pero a la hora de responder, el autodenominado «progresismo» está soslayando algo obvio: no todos los países manchan igual. Mientras algunos resultan irrelevantes, otros son los auténticos culpables de la degradación ambiental que padece el planeta, porque contaminan mucho y a saco.

La socialdemocracia española –en realidad la del mundo– arrastra desde hace décadas una cojera que la mina: es incapaz de ofrecer respuestas exitosas ante los auténticos problemas de las personas. Además, su gran innovación, la red de protección social, ya ha sido incorporada como parte de la oferta de sus adversarios de derechas. España, donde el PSOE ha sido el partido que más tiempo ha gobernando, es un caso paradigmático. Somos el segundo país con más paro de la UE y doblamos la media de la OCDE. Lideramos también, tras Grecia, el desempleo juvenil, con una insufrible tasa del 38 %. Incluso encabezamos el ranking comunitario de abandono escolar. Es decir, la socialdemocracia no ha funcionado (y tampoco lo hizo el paréntesis de Rajoy, en la práctica un político socialdemócrata).

Sabedora de que se ha quedado con muy poco que aportar en los asuntos medulares de la vida de las personas, carente de un mensaje resolutivo para las capas anchas de la sociedad, la socialdemocracia ha buscado nuevas causas con las que trata de camuflar su inanidad. Esas nuevas banderas son el énfasis en los problemas de las minorías y en el tema del cambio climático. Sánchez es un caso paradigmático. Estamos emergiendo mal de la crisis del covid, más lentos que nuestros vecinos. Las cuentas públicas se están viendo amenazadas por un gasto temerario. El sistema de pensiones se encuentra en riesgo, aunque no se quiera reconocer. En educación, que es la palanca estelar para el buen futuro de un país, el Ejecutivo apuesta por despreciar el esfuerzo y por primar en las aulas la ingeniería social pro «progresista». Para intentar camuflar ese enorme fracaso en lo crucial, Sánchez y sus ministros han convertido en el eje de su discurso el feminismo, la bandera LGTBI y el cambio climático. Sin nada mejor que ofrecer, Sánchez ha fundado una suerte de religión climática. Se ha creado incluso una vicepresidencia para el asunto, con el que se ocupa buena parte del discurso oficial. Lo que se pinta es que el mundo se aboca a un Apocalipsis inminente y que el primer deber de España es ponerse a trabajar para atajarlo. Una falacia más: España, un país de 47 millones de vecinos y con poca industria pesada, no pinta casi nada ante el problema del cambio climático. Se nos está pidiendo un esfuerzo probablemente innecesario y que no sale gratis (ahí está el precio de la luz, pago en parte del furor verde). Se ocultan a la ciudadanía datos reales del problema. Por ejemplo, las cuentas por países de las emisiones de CO2, o que las centrales nucleares son una de las vías para atajarlas (lo explica perfectamente Bill Gates en su libro al respecto).

China, cuyo presidente ha dado calabazas a la cumbre de Glasgow, es de largo el país que más contamina del mundo, el doble que el segundo, Estados Unidos. Los chinos arrojan a la atmósfera 10.175 millones de toneladas de CO2 al año. Les siguen Estados Unidos, con 5.285 millones; India, con 2.616 millones; y Rusia, que también ha despreciado la cumbre del clima, con 1.678. ¿Y cuál es la cifra de España? Pues solo 253 millones de toneladas de CO2 por año. Somos uno de los países desarrollados que menos mancha, esa es la verdad. También cuando se mira el dato per cápita: 11,5 toneladas de un ruso, 16,1 de un estadounidense, 17 de un saudí, 16,3 de un australiano… y tan solo 5,4 de un español. Manchamos mucho menos que japoneses, iraníes, alemanes, surcoreanos… España como país no tiene ningún problema serio con el clima, aunque sí lo tenga el planeta. Ciertamente es bueno que los españoles cuidemos el medioambiente. Pero la histeria a lo Greta Thunberg de Sánchez y su Gobierno no tiene ningún sentido. Mientras nosotros nos sacrificamos y el mundo apenas lo notará, China está aumentado su número de centrales de carbón, la fuente de energía más contaminante, para atender a los problemas de demanda internos y no frenar su economía. Esa es la verdad políticamente incorrecta que nadie explica en este país, ni siquiera los partidos de la oposición.