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Portugal

Cuando el primer ministro Guterres quiso contagiar al país con nuestro catastrófico Estado de las Autonomías, los portugueses le respondieron en las urnas que se dejara de vainas

Siendo una dictadura, para los españoles monárquicos, Portugal fue nuestra libertad. Podíamos gritar «¡viva el Rey!» sin recibir miradas esquinadas o advertencias de multa. Ahí vivió más de 30 años Don Juan, que era el Rey de España de derecho, que no de hecho. Desde niño admiro a nuestros vecinos, mucho más educados, serenos y patriotas que nosotros. Cuando el primer ministro socialista Guterres quiso contagiar a Portugal con nuestro catastrófico Estado de las Autonomías, los portugueses le respondieron en las urnas que se dejara de vainas. Que las Autonomías llevaban irremisiblemente a la ruina, y demostraron mucha más inteligencia que los españoles. Portugal es una nación con una Historia navegante fabulosa, equiparable a la de España. Lugar del buen gusto, la armonía y la cordialidad. Y con su música nacional triste, como tiene que ser la melodía. El fado es una clamorosa demostración de cadencia poética. Nació en la Universidad de Coimbra hace tres siglos. Comparen el fado con la tuna, y encontrarán la respuesta.

Y un solemne y melancólico sentido del humor. Es sabida la amistad que siempre ha unido a Portugal con el Reino Unido. Y se advierte en muchas de sus costumbres. La decoración portuguesa en los locales públicos es inglesa. Luces bajas, tibieza y confort. En Portugal se habla hablando, no vociferando. Y muchos españoles han tratado a los portugueses con una superioridad que no existe. De existir, y teniendo como primera cualidad de civilización la buena educación, son superiores los portugueses. Melancolía que no está enfrentada al sentido del humor, aunque sea involuntario.

Superada la revolución de los claveles –Grândola, Vila Morena–, que termina con la dictadura de derechas, se establece otra dictadura de izquierdas de muy breve vida. Y Portugal se convierte en una democracia. Su primer presidente plenamente demócrata fue un militar, el general Ramalho Eanes, un conciliador, si bien más triste que un pinar cuando anochece. Y para su primer viaje oficial eligió Londres, para reafirmar la histórica amistad angloportuguesa. Lo que paso a narrar es rigurosamente verídico.

Ramalho y su mujer aterrizaron en Gatwick, y desde allí un tren los llevó a la Estación Victoria, donde, excepcionalmente, les aguardaban la Reina Isabel II y el Duque de Edimburgo con dos batallones de Honores de la Guardia Real y de Dragones de la Reina. El Duque de Edimburgo y la señora de Ramalho ocuparon la segunda carroza, y la Reina y el presidente portugués, la primera. Se puso en marcha la comitiva camino del Mall y el Palacio de Buckingham. Al rodear la estatua de Nelson en la plaza de Trafalgar, uno de los caballos que arrastraban al trote la carroza de la Reina Isabel se tiró un pedo. La posición en diagonal de la carroza respecto a la de los caballos cuando tomaban la curva de la plaza, no pudo impedir que los efluvios aerofágicos del caballo se adueñaran del ambiente interior de la carroza. Y la Reina, con sensibilidad de anfitriona, se disculpó ante el General –perdón, señor presidente–. Ante su estupor, el presidente Eanes aceptó la disculpa de esta manera: –No se preocupe, Majestad, yo creía que había sido de un caballo–.

Pedí permiso y lo escribí. Al día siguiente, mi artículo fue traducido y publicado en todos los periódicos de Portugal. Y me citó el embajador portugués en un restaurante de Madrid. Deseaba saber cuáles habían sido mis fuentes de información. –Embajador. Hace mucho que la Reina de Inglaterra no habla conmigo. No lo ha hecho nunca. El presidente de Portugal tampoco ha sido el que me lo ha contado, como es obvio. Ha sido el caballo–. Y el embajador lo celebró con una gran carcajada. –Asunto diplomático zanjado. Ha sido el caballo–. Sentido del humor y civilización. Señorío portugués.

Ahora, el primer ministro socialista ha perdido el apoyo de la izquierda radical, y ha solicitado al presidente la convocatoria de elecciones. Como aquí. Portugal tiene la suerte de ser una gran nación sin nacionalismos aldeanos. Derechas e izquierdas son igualmente patriotas. Y un primer ministro socialista demócrata nada tiene que ver con un vicioso de la mentira y el poder como el presidente del Gobierno. Ningún portugués admitiría que su Gobierno lo sostuvieran los enemigos de Portugal y los terroristas. Lo cuento para que los lectores sonrían. Y lo cuento para que sepan, que ahí al lado, con nuestros mismos paisajes, existe una nación ejemplar a la que le sobra la dignidad que a nosotros nos falta.