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La minúscula polémica del PP de Madrid

Con lo que España tiene encima, y con el Gobierno que padecemos, no se puede perder el tiempo con esas minucias

Veamos: ¿qué importa ahora mismo a los españoles? ¿De qué hablan, qué les preocupa? Pues hablan principalmente de la disparatada subida de la luz, que ya no figura en el guion de prioridades de una izquierda que se desgañitaba sobre la «pobreza energética» cuando gobernaba Rajoy y el precio era cinco veces inferior. Los españoles hablan de la inflación, que ya asusta tras el 5,5 % de este mes, la mayor subida en 29 años. Hablan de que sus hijos, que vieron truncada su incorporación al mercado laboral por la pandemia, lo tienen muy crudo en un país con el segundo mayor paro juvenil de la UE. Hablan sobre la atención que reciben en hospitales y ambulatorios. Hablan de la calidad de los colegios y universidades donde estudian sus chavales. Hablan de la vivienda… Y luego, por supuesto, charlan sobre las cosillas que les entretienen, pero que resultan intrascendentes para sus vidas reales. Hablan de las fruslerías de la tómbola siempre incandescente de Mediaset; del Real Madrid, que suscita dudas deportivas, y del Barça, cuyas cuentas empiezan a parecer un fondo de Bernie Madoff. Hablan de los chascarrillos de MasterChef y de sus series favoritas. Hablan de docenas de cosas… Pero de lo que no se habla en la calle es sobre quién y cuándo debe mandar en el PP de Madrid, una perfecta nimiedad que solo importa a Ayuso, Almeida y García Egea (Casado por lo visto está de hierático juez de paz).

Con lo que tiene España encima, gobernándonos quienes nos gobiernan, unos aficionados que inflan las previsiones contables, un presidente al que la unidad de la nación le parece una baratija para mercadear en el zoco separatista, resulta insólito que el PP ofrezca una carnaza que permite distraer sobre los auténticos problemas del país. No acierta el Partido Popular no parando en seco esa peleílla local de egos caprichosos, pueril y de sesgo adolescente. Tampoco ciertos medios de supuesta derecha, pero ya sumidos en el consenso progresista, que magnifican todo pellizco entre la diva y los divos del PP capitalino, haciéndole así el caldo gordo al sanchismo.

Por primera vez desde que ganó las primarias, Casado va por delante con claridad en las encuestas. Todo indica que la suma de PP y Vox permitirá gobernar a la derecha y pasar una triste página de la historia de España, la de la excéntrica coalición sociocomunista, tres veces condenada por el Tribunal Constitucional. A pesar de que la izquierda sigue disponiendo de una artillería televisiva imponente, Sánchez está quemado, por dos motivos: su palabra es calderilla, pues ha mentido tanto que su credibilidad parece irrecuperable –si es que alguna vez la tuvo–, y los remolinos económicos están probando su vacuidad y la escasa valía de sus equipos. El Gobierno está entretenido con el cambio climático, el feminismo y las sexualidades minoritarias cuando las familias y los empresarios fabriles asisten angustiados a la escalada de los precios y el PIB sigue sin remontar con la fuerza esperada. Ante este panorama, el PP debería estar cultivando una imagen de partido económicamente solvente, ofreciendo una alternativa ideológica al «progresismo» obligatorio, trabajando por devolverle a los españoles el optimismo y la confianza en la unidad de la nación. Pero en lugar de todo ello, permite que se esté hablando de si una bloqueó a otro en guasap, como si fuesen una pandi de chavales de instituto.

Céntrense, que hay mucho que hacer. A nadie le importa realmente quién manda en su agrupación de Madrid. Es absurdo que se distraigan de lo medular con estas zarandajas orgánicas, a las que si tienen un dedo de frente todos sus protagonistas deberían poner sordina de inmediato.