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Al niño Álex no lo mató solo Almeida

La indulgencia con el mal real y la utilización política del mal inventado están también detrás del asesinato del niño Álex, otro pececito en el estanque de tiburones que los poderes públicos no arponearon

A Álex, de nueve añitos, lo asesinó el tal Javier Almeida con sus propias manos, pezuñas salvajes homicidas y reincidentes. Pero unos cuantos más no son inocentes del todo.

No lo es el juez, que le acortó su condena contra el criterio de la Junta de Tratamiento del penal donde debió permanecer de por vida.

No lo es tampoco Instituciones Penitenciarias, que enmendó igualmente la opinión de los especialistas del centro, conscientes de que un depredador sexual no tiene cura: tanto que alardean no pocos de la naturalidad de ciertas condiciones sexuales tan alternativas como la indefinición de sexo y, cuando se encuentran un caso cierto de identidad sexual perversa e inmutable, creen que pueden cambiarlo. Siempre y cuando, si sale mal, la cuenta se pague lejos de Galapagar o Pozuelo.

No lo es tampoco quien decidiera que en España se puede publicar el nombre de un pobre empresario arruinado en la misma lista de deudores que un estafador pero, sin embargo, suelta anónimamente a este Saturno caníbal para que devore a nuestros hijos, tras observarlos largamente desde su guarida mientras jugaban en el parque o en el patio del colegio.

No lo es, tampoco y especialmente, quien desoyera las denuncias previas de otros padres alarmados por el aviso de sus pequeños hijos: «Mamá, un señor me ha ofrecido caramelos y me ha agarrado de la mano».

Y no lo son, tampoco, quienes transforman delitos y odios repugnantes, pero ocasionales y limitados a unas pocas bestias, en causas generales contra un género, una fe o una ideología pero miran para otro lado cuando se legisla la prisión permanente revisable para monstruos de verdad.

La indulgencia con el mal real y la utilización política del mal inventado están también detrás del asesinato del niño Álex, otro pececito en el estanque de tiburones que los poderes públicos no arponearon: estaban ocupados en perseguir el fascismo, la homofobia o el racismo; tres males evidentes que gozan de una unánime condena social y de una respuesta legislativa suficiente como para necesitar, además, que se intenten presentar con la vara de medir a España y a los aspirantes a relevar a un Gobierno nefasto.

Cuando Pablo Iglesias llamó «venganza» a la prisión permanente revisable y Pedro Sánchez se comprometió a anularla, Javier Almeida les escuchó. Y otros como él también. Y el responsable de Instituciones Penitenciarias, de la Fiscalía, del Juzgado y quizá hasta del cuartel de la Guardia Civil, tomaron nota.

Las manos de Javier asesinaron a Álex, sí. Pero no estaban encadenadas, a una celda sin llave, por todos esos que creen que soltando a un león entre gacelas quizá se vuelva vegetariano.