Lo de Glasgow
Más de cuatrocientos aviones privados ocupaban una gran superficie del aeropuerto escocés, entre ellos –no está confirmado, pero lo doy por hecho–, el «Falcon» de Sánchez
Glasgow es una pujante ciudad escocesa muy bien conectada. Más rica que Edimburgo y, simultáneamente, más fea. Su aeropuerto es moderno y muchas líneas aéreas internacionales o británicas lo frecuentan. Llegar a Glasgow o salir de Glasgow hacia otros destinos carece de dificultad. Me refería anteayer a Portugal. En un vuelo regular Lisboa-Madrid de Iberia, ocupaba un asiento en clase Preferente el que era presidente de la República, Mario Soares. Viajaba acompañado de dos personas y un ayudante militar. Al llegar a Madrid, con los reactores ya detenidos, el comandante y el segundo piloto acudieron a despedirlo. Le aguardaba en tierra un coche que le llevaría al pabellón de protocolo. Pero ahí terminaban sus privilegios. El resto de los pasajeros, ya desembarcado el presidente de Portugal, abandonamos el avión por la puerta delantera directamente a la terminal. Volé de Palma de Mallorca a Madrid teniendo a la Reina Sofía de compañera de vuelo. Rechazó con una sonrisa el zumo de naranja de Iberia, eficaz perforador de esófagos. No se hizo esperar. Iba acompañada de una oficial de la Guardia Real vestida de calle y de un Ayudante del Rey, el comandante Carlos de Arteaga. A esa misma hora, un «Mystére» de Aviación Civil, despegó de Palma con el entonces ministro de Defensa a bordo, Narcís Serra. La Reina Sofía en Iberia y el ministro de Defensa en el «Mystére». En el vuelo regular, el avión de Iberia no iba con el pasaje completo. El ministro de Defensa socialista eligió el avión oficial para él solito, y la Reina de España el vuelo regular de Iberia. Se trata de recordar pequeños detalles vividos.
En Glasgow se ha celebrado el gran guateque de la cumbre del clima, sin el presidente de China, Xi Jinping, que envió una carta disculpando su ausencia y anunciando que en 2060 se ocupará de las emisiones cero. El mayor contaminador del mundo se pasa a la ONU –y hace bien–, por las suaves costuras de sus calzoncillos de seda confeccionados a su medida. Tendrá un problema de muslos, digo yo. Pero una cumbre internacional del clima sin China, es como una semifinal de la Liga de Campeones de fútbol sin el Real Madrid. Una extravagancia. Y centenares de estadistas, dirigentes, científicos, naturalistas , Sánchez y el coñazo de la niña Thunberg, se reunieron en Glasgow. El secretario general de la ONU, el socialista portugués Guterres, dijo algo de muy inalcanzable belleza: «Basta ya de tratar a la naturaleza como un retrete». Eso, el cambio climático y la contaminación atmosférica, el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono y la mundial preocupación por la situación de la rana multicolor de Samoa, especie a punto de desaparecer y de la que en el último censo se contabilizaron 47.985 ejemplares, sólo en Samoa, menuda tragedia.
Todos los poderosos de la Tierra se reunieron en Glasgow, cuyo aeropuerto es magnífico y sus conexiones con otros lugares del mundo, eficaces y correctas. Lógicamente, para evitar la contaminación atmosférica, los máximos responsables del deterioro climático tendrían que haber aprovechado los vuelos regulares directos o con escala de las muchas líneas aéreas que enlazan con Glasgow. Pero no. Más de cuatrocientos aviones privados ocupaban una gran superficie del aeropuerto escocés, entre ellos –no está confirmado, pero lo doy por hecho–, el «Falcon» de Sánchez. Van a arreglar el clima y se montan la farsa haciendo uso de aviones privados, cuatrocientos, que ya son aviones privados. Para mí, que los que están dejando como un retrete a la naturaleza –emocionante figura poética–, son ellos y nada más que ellos.
Pero la reunión ha salido muy rica en propósitos, y con una gran victoria común. En 2060, los chinos harán algo. Y es una realidad muy de agradecer.