El móvil de Iglesias
Iglesias sabe de lo olvidadizo que es Pedro Sánchez y le ha tenido que sacar varias veces el teléfono en el estudio de la cadena Ser para recordarle que lo que se firma se cumple, que santa Rita Rita, lo que se da no se quita
Ya se sabe que el contenido del móvil de Pablo Iglesias es un arcano que vale su precio en oro. Allí está el acuerdo de 50 páginas que firmaron él y Pedro Sánchez para salvar a España. Allí, rojo sobre blanco, está el pacto para derogar la reforma laboral. Como también está la ley que interviene el precio de los alquileres. Por eso, de vez en vez, el exlíder de Podemos saca el celular y lee, para quien quiera escucharle, las generales de esa nueva Carta Magna, esa ley de leyes que suscribieron cuando al presidente del Gobierno súbitamente se le quitó el insomnio que Iglesias le generaba.
En ese móvil está la madre del cordero. Iglesias sabe de lo olvidadizo que es Pedro Sánchez y le ha tenido que sacar varias veces el teléfono en el estudio de la cadena Ser para recordarle que lo que se firma se cumple, que santa Rita Rita, lo que se da no se quita. Ahora que no controla el BOE, Iglesias ha blandido su móvil en movimiento amenazante, gesto que siempre le ha dado para mucho: desde insultar con sadismo a una periodista hasta para ver series de Netflix y tuitear majaderías en horas de labor cuando ostentaba una tontuna sin obligaciones ni trabajo como la Vicepresidencia del Gobierno de España. Y a veces, aplicaba la máxima comunista: lo mío es mío y lo tuyo de todos. Por eso guardaba a buen recaudo el celular a sus amigas, para evitar que, dado el voltaje de su contenido, se vinieran abajo. Dina Bousselham puede escribir un tratado sobre ello.
En su nueva labor de tertuliano tras salvar a los madrileños del fascismo, mece la cuna política de tres mujeres. Ese género, el femenino, al que gusta monitorizar para evitar depresiones sobrevenidas. Con Irene Monero e Ione Belarra lo tiene fácil. Le deben el Ministerio, el sueldo, las niñeras, el coche y lo que está por venir: la pensión de exministras. Pero con Yolanda Díaz no es lo mismo: ambos se odian cordialmente. Aunque Sánchez, un maestro en sumar contra él a los más fieros enemigos, les ha unido: la posibilidad de que el inquilino en la Moncloa, al que hicieron firmar una hipoteca leonina, se olvide de que es mortal, les ha obligado a dar un puñetazo mancomunado en la mesa.
Que no haya derogación absoluta, tanto da. Que de lo que hablamos es de una actualización o reforma parcial de la ley laboral de 2012 de Rajoy, no importa. Esto no va de derecho de los trabajadores, de reducir el paro juvenil que duplica la media europea, ni siquiera de acabar con la precariedad y la temporalidad, ni de atender las directrices europeas. Esto va de poder. Por eso, el rehén de Iglesias y Díaz tenía que ceder. Y Podemos, a recoger los frutos: si Sánchez se hacía el distraído, era fácil llamarle flojo; si anunciaba la derogación de la reforma, como ayer hizo, era gracias a Iglesias que le obligó a firmar y a Yolanda que le amagó con dar una patada al tablero. Todo para la buchaca de Podemos. Y, mientras tanto, Sánchez pagando con nuestra seguridad jurídica y nuestra solvencia de país.
Si yo fuera Pedro Sánchez me tentaría la ropa. Porque lo del móvil de Iglesias se sabe cómo empieza pero no cómo termina.