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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Georgie Dann y el mundo libre

Hoy, cuando más tolerantes nos creemos, va medrando una asfixiante intransigencia

Actualizada 08:55

Antes de la taquicardia de la información digital instantánea, las redacciones de los periódicos eran más bohemias, con nubes de tabaco y hasta alguna copilla semifurtiva (o copazo). Imperaba un clima más proclive a las bromas y el cachondeo.

De chaval, allá a finales los ochenta, trabajé un tiempo de redactor de Cultura en un periódico de La Coruña. Una tarde sonó el teléfono. Era Georgie Dann, el incombustible rey kitsch de la canción del verano. Quería vendernos su nuevo disco. El compañero socarrón que tomó la llamada le dijo: «Un momento, que le paso con nuestro periodista especializado en usted». Y de repente me vi hablando con Georgie. Le hice un par de preguntas por cortesía, mientras mi compañero se descangallaba de risa ante el embolado en que me había metido.

El cantante fue muy amable y se empeñó en enviarme su disco. Dos días después sonó el teléfono. Esta vez lo descolgué yo. Era de nuevo Georgie Dann, con su acento francés de comedia del Inspector Closeau: «¿Te ha llegado el disco?». Ni me acordaba, y no, no me había llegado. Georgie, enojado, comenzó a despotricar contra los servicios de mensajería. Pasaron dos días más: «Hola, soy Georgie. Discúlpame, es que habían enviado el disco por error a otro periódico. Pero tranquilo, que ya te va». Confieso que realmente el disco me importaba un bledo (si me admiten el esnobismo, soy más del suave jazz-rock de Steely Dan que de abrasarme las orejas en «La Barbacoa» de Georgie Dann). Pero aquella pesadilla todavía no había acabado. Recibí todavía una cuarta llamada del monarca del verano para cerciorarse de que su obra por fin había llegado felizmente a su destino.

Charlando con Georgie durante todas aquellas llamadas me habló, con orgullo, de su formación clásica en el Conservatorio de París. Tenía también a gala su juventud como clarinetista y saxofonista, cuando coqueteaba con el jazz más sofisticado. Pero a mí lo que me admiró de él fue su tesón promocional. Me di cuenta de que bajo su fachada de paladín de lo hortera aquel tío curraba de sol a sol. Casado toda su vida con la misma mujer y padre de tres hijos, se pateó media América, las verbenas españolas más recónditas, los platós de televisión grandes y locales, compuso más de 300 pachangas… Todavía hoy sus odas a la frivolidad canicular resuenan en karaokes, anuncios y chiringuitos.

Georgie Dann se ha muerto en Madrid con 81 años, por complicaciones en una operación de cadera. Y aunque sea un personaje menor, su marcha te lleva a pensar en dos asuntos. El primero es que con sus letras, su estética y su apelación más bien rupestre al macho ibérico rodeado de beldades, hoy directamente estaría prohibido por nuestra oficialidad. Esta sociedad de los perpetuos ofendidos y la atosigante corrección política simplemente no lo toleraría. El mal llamado «progresismo» ha degenerado en una forma cada vez más agresiva de prohibicionismo (salvo si se trata de ir contra la vida humana de los más indefensos). Cuando más tolerantes nos creemos en realidad nos estamos dejando sumergir en una asfixiante intransigencia.

El segundo comentario guarda relación con su andadura vital. A su modo, a veces chabacano, fue un ejemplo de persona hecha a sí misma, que se labró un camino desde cero en un negocio incierto y salió adelante a puro pulso, con su ingenio, simpatía, capacidad de trabajo (y modestia para reírse de sí mismo). El esfuerzo, el ser autor de tu propia vía, tampoco se estila ya. Tal y como va España, el próximo rey o reina de la canción del verano solo podrá ser alguna div@ de sexualidad original y en nómina de funcionaria del Ministerio de Iceta. ¿Una hipérbole? Denles tiempo…

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