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La reforma de Pedro: cobre poco, pague mucho y muérase pronto

Es como si se estuviera hundiendo el Titanic y Sánchez, raudo siempre, acudiera al rescate del iceberg

A Pedro Sánchez se le da bien gestionar un presente falso para hipotecar un futuro probable que, no obstante, se atreve a abordar desde la quimera alucinógena: nunca recuerda lo que prometió ayer; a duras penas sabe cómo sobrevivir al hoy, pero es capaz de diseñar el futuro de España a 2030 o el de la humanidad a 2070, con una única condición: que sus recetas respondan a problemas lo suficientemente etéreos o lo suficientemente globales como para que nadie cuente con sus milagros.

La reforma del mercado laboral o la del sistema de pensiones responden a ese afán del único Pedro más peligroso que el lobo del cuento: en el suyo, es el lobo quien avisa de que viene Pedro, pero como es un lobo y asusta, nadie se percata de por dónde llega el verdadero miedo.

Ahora ha dado órdenes de derogar y mantener la reforma laboral de Rajoy a la vez, en la misma línea discursiva que le lleva a decir en Cataluña que van a ser lo que quieran y, en el resto de España, que no serán menos constitucionalistas que nadie.

O, con el par que le caracteriza, a dirigirse de lejos a las víctimas del terrorismo para honrarlas un poco mientras se encama, con el kit de vaselina, colutorio y esparadrapo que le acompaña en todas sus negociaciones y pactos, con Arnaldo Otegi, la madame del putiferio.

Ahora pretende solventar el problema del paro, de la quiebra empresarial, de los bajos salarios y de la fiscalidad confiscatoria a trabajadores y pymes por el sorprendente método de subir los impuestos a la contratación y devolver el monopolio de la negociación colectiva a los sindicatos, esos entes fantasmagóricos que desaparecen cuando gobierna la izquierda pero también se lo llevan muerto cuando gobierna la derecha.

Es como si se estuviera hundiendo el Titanic y Sánchez, raudo siempre, acudiera al rescate del iceberg. Y lo mismo con las pensiones, en otro alarde de metamorfosis de un ministro serio, el bueno de Escrivá, es un sofista del sanchismo capaz de hacer lo contrario de lo debido con tal de no desairar al líder: ahí tienen a Nada Calviño, sin i, tragando carretas y los burros que tiran de ellas.

A cada dislate de Sánchez, que ha encontrado en la superación de su bochorno en la víspera con otro mayor al día siguiente la mejor anestesia de todos ellos; le suponíamos un muro de contención al final del camino: el Parlamento, la ley, la calle, el Constitucional, las urnas o Europa.

Pero todos han ido doblando, por agotamiento o blandenguería, y ya no es fácil confiar en que llegado el momento salten al ruedo para dar estoque a tan mal torero, que dio prueba de que su única virtud, solo posible en ausencia de todas las demás, es la resistencia de manual.

Quizá convenga, pues, rendirse definitivamente ante semejante prestidigitador y aceptar que el futuro pasará por comer brócoli, viajar en troncomóvil, pagar de diezmo la mitad de tu nómina, tener una pensión corta en cuantía y duración y morirse pronto, de empalago natural o, si te resistes, de la humanitaria eutanasia prescrita por don Pedro: él, como el dinosaurio de Monterroso, seguirá ahí.