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Jo..., qué tropa

A esta sociedad tanto le da si la culpa es de Pablo o de Isabel, de José Luis o de Teodoro, si el Congreso regional se celebra en marzo o en junio. Pero sí saben que Isabel Díaz Ayuso, por muy Juan Salvador Gaviota que la consideren en la dirección nacional del PP, es la única que ha logrado ganar a Sánchez

Añoramos a Mariano Rajoy. Él hubiera despachado esta polémica entre Génova y Sol (como si esos minifundios fueran Washington y Moscú), emulando a Romanones. El anterior jefe del Gobierno hubo de reeditar la frase más oportunamente determinante del expresidente del Congreso («Jo…, qué tropa») cuando vetaron su ingreso a la Real Academia los ausentes de palabra y obra que se habían comprometido con él. Aquello fue faltar a la palabra, pero esto de aquí y ahora es un derroche de estulticia que puede dar al traste con las expectativas de un partido.

Rajoy envió a Javier Arenas y a Dolores de Cospedal a torear a Esperanza Aguirre y a Alberto Ruiz-Gallardón, pero esos morlacos estaban «resabiaos» y siempre le embestían a él. Por eso dejó que el PP de Madrid se cociera en su propia salsa, guardando las distancias para que no lograran salpicar su liderazgo ni su fortaleza electoral en la capital de España, donde las mayorías absolutas se repetían urnas tras urnas. Que Aguirre quería ser presidenta del PP de Madrid, pues adelante; que no quería dejar ese cargo cuando se presentó a alcaldesa, pues vale también; que Gallardón quería ser ministro, pues hecho; que le presentó su dimisión por dejarle colgado con la ley del aborto, pues un problema menos; que la lideresa también tuvo que marcharse cercada por las corruptelas de sus colaboradores, pues adiós a otro lío. Pero aquellos eran tiempos de liderazgos fuertes, de mayorías sólidas y dinámicas bipartidistas, que no volverán.

Ahora, las cosas son muy distintas para desgracia del PP. Cuando aquellos vicecónsules madrileños se batían en duelo, el partido de Rajoy, aunque tuvo que navegar en medio de la galerna de la corrupción, era hegemónico en la derecha casi hasta el final del marianismo, con la llegada de Ciudadanos. Aguirre y Gallardón consiguieron sucesivas mayorías absolutas hoy inalcanzables para sus sucesores, Almeida y Díaz Ayuso, lo que subraya aun más el mérito de la expresidenta el 4 de mayo, consiguiendo un resultado estratosférico en estos tiempos de penumbra.

Es decir, el españolito de derechas sabía que la papeleta de la gaviota era su única baza para desalojar al PSOE de la Moncloa. Además, la experiencia política del expresidente gallego, forjado en todos los cargos de responsabilidad de la administración pública española, sustentaba un perfil sólido y contrastado en las urnas. Pero también, al otro lado del Rubicón, estaba un presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, que, aunque instrumentalizó cuantos resortes tuvo a su alcance, en modo alguno ni invadió todos los poderes del Estado ni deterioró tanto las instituciones, incluida la propia Monarquía, como su sucesor, Pedro Sánchez, en su pertinaz solipsismo.

Es de Perogrullo recordarle a Pablo Casado y su equipo que él no es Rajoy; ni García Egea es Arenas o Cospedal; ni un proyecto unido se parece a la cortina rasgada que dejó la Gürtel y Bárcenas; ni las mayorías absolutas de entonces reverdecerán previsiblemente hoy; ni Zapatero es Sánchez; ni independentistas y filoetarras llegaron nunca tan lejos y tuvieron tanta fuerza para evitar la alternancia de la derecha. Ni, sobre todo, nadie gozó de unas encuestas que son el trasunto del hartazgo y la preocupación de un país, asustado por la demolición de su sistema constitucional. A esta sociedad, a la que le están desmontando su nación, humillando sus símbolos, encareciendo la cesta de la compra, bajando sus sueldos o amenazando sus pensiones tanto le da si la culpa es de Pablo o de Isabel; de José Luis o de Teodoro; si el Congreso regional se celebra en marzo o en junio. Pero sí saben que Isabel Díaz Ayuso, por muy Juan Salvador Gaviota que la consideren en la dirección nacional del PP, es la única que ha logrado ganar a Sánchez.

Recordado queda para quienes parecen no haber oído hablar de un tal Perogrullo.