Sotanillo
Un famoso sotanillo de la época maniobró en su casa, en una urbanización, para solventar un problema de la luz en plena tormenta. Cayó un rayo sobre su casa y dejó sin luz a toda la urbanización, pero en su hogar se mantuvo
Biden ha perdido el estado de Virginia. Con contundencia. Estado tradicionalmente demócrata. Saludó a Sánchez, habló con él 40 segundos, y perdió Virginia. Se confirma que es gafe. Son cuatro los tipos de gafe, de menor a mayor. El gafe, el supergafe, el sotanillo y el manzanoide. El gafe procura pequeños inconvenientes al prójimo, que él no padece. El supergafe comparte con sus víctimas las adversidades, siempre que no sean de alta gravedad. El sotanillo es el más peligroso. Así como el saludo de un gafe en la calle lo más que puede perjudicar al saludado es un resbalón con posible fractura de muñeca al intentar amortiguar el trompazo contra el suelo, el sotanillo está sobradamente capacitado para provocar un acusado infortunio al incauto que estrecha su mano. Nada más saludar al sotanillo, el incauto aguarda que la luz verde del semáforo garantice la seguridad del paso de peatones y cruza la calle. Pero un coche no puede frenar a tiempo y la víctima es atropellada, mientras el sotanillo, que cruza a su lado, no experimenta golpe ni atropello alguno. El manzanoide es un sotanillo más solidario, como se dice ahora. Provoca con su maleficio el atropello, pero comparte sus terribles consecuencias. Sánchez es sotanillo. Saluda a Biden y Biden pierde el estado de Virginia. De haber sido manzanoide, habría perdido estrechando la mano de Biden el Gobierno de España, y por desgracia, no ha sido así.
Se celebraba el 23 de abril a finales del decenio de los 70 la recepción de los Reyes en el Palacio de La Zarzuela con motivo del Premio Cervantes. Subíamos por la escalera hacia el salón de audiencias Antonio Mingote, Antonio Gala y el arriba firmante. Más invitados que en la edición anterior, y Gala lo comentó a su manera. «Intuyo que los Reyes han aumentado su círculo de amistades». Nos adelantó, ágil y nervioso a pesar de su edad, el bueno de Julián Cortés-Cavanillas, del que decía el malvado Emilio Romero, que «no era monárquico, sino pornomonárquico». Y Julián se dejaba acompañar en su frenético ascenso por un escritor que, con justicia o sin ella, tenía fama de sombrón. Y Antonio Gala se lo advirtió.
–Julián, Julián, que vas mal tocado.
Al llegar al salón de audiencias, Julián cumplió con todos los tiempos y modales del saludo a los Reyes. Se cuadró, bajó la cabeza , y por causa sólo comprendida por la emoción del momento y el severo cumplimiento de su saludo, como al caballo de Ramalho Eanes, se le fue un cuesco pedorreto, estruendoso, explosivo, que asustó a todos los gamos que se hallaban a un kilómetro a la redonda del Palacio. Y el Rey, para compensar su mal rato, después de estrechar su mano, le dio un beso en la calva. El supergafe saludó y fuése, como si él no hubiera tenido nada que ver con el desastre.
Pero lo del sotanillo es más grave. Un famoso sotanillo de la época maniobró en su casa, en una urbanización, para solventar un problema de la luz en plena tormenta. Cayó un rayo sobre su casa y dejó sin luz a toda la urbanización, pero en su hogar se mantuvo. El rayo no pudo con él, y sí con el resto de los hogares que rodeaban al suyo. De haber sido manzanoide, el rayo le habría atravesado de la cabeza a los pies, pero salió indemne y para colmo, alumbrado.
Sotanillo como Sánchez.
–Hola, Biden, no te veo desde nuestra charla en los pasillos de la OTAN.
–Hola, hombre, que no recuerdo quién eres, pero me suenas.
–Soy Sánchez, presidente del Gobierno de España.
–Pues nada, Sánchez, que mucho gusto, y a ver si nos vemos.
Y perdió al día siguiente el estado de Virginia.