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Fetichistas

La cara que se le debió quedar al Secretario General de CC.OO. al enterarse de que su Congreso Confederal resultó ser una congregación de fetichistas

¡Pobre Unai! La cara que se le debió quedar al Secretario General de CC.OO. al enterarse de que su Congreso Confederal resultó ser una congregación de fetichistas. Después del homenaje que le organizó a Yolanda Díaz recibida por sus recios sindicalistas al grito de «presidenta, presidenta», después de tanto abrazo y entusiasmo, la presidenta-presidenta le sale con estas: ¡Fetichismo! ¡Lo que hay que oír!

Él, como el resto de delegados, aplaudió a rabiar a Yolanda Díaz cuando prometió que se había acabado el tiempo de la retórica, que la ciudadanía no quiere la política que dice una cosa y sin embargo hace otra (sic). 

Él también se puso en pie para celebrar el anuncio de la derogación de la reforma laboral de Rajoy en este mismo año, contra viento y marea, contra todas las resistencias imaginables. Cómo olvidar la épica de aquel momento con cientos de gargantas de curtidos profesionales del piquete retumbando en el auditorio: «¡Sí se puede!, ¡sí se puede!».

 Ahora resulta que no, que no se puede y que además pretenderlo es cosa de fetichistas. ¡Valiente tocomocho!.

Decía Chesterton que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. A la izquierda le pasa algo similar: ha dejado de creer en sus valores clásicos de igualdad y solidaridad y solo es capaz de enfrentarse a la realidad esgrimiendo fetiches. Artefactos conceptuales y amuletos ideológicos que le sirven de placebo pero que son completamente inútiles para hacer frente a los retos de la realidad.

Tiene guasa que haya sido precisamente Yolanda Díaz, la esperanza blanca del comunismo para reinventarse por enésima vez, la encargada descubrir que el rey está desnudo: la derogación de la reforma laboral, que ella misma exigió hasta el hartazgo, no es posible; es un fetiche político. La realidad es que la denostada reforma laboral todavía hoy permite crear empleo a un ritmo vigoroso, muy por encima de lo que cabría esperar en esta recuperación tan anémica como la que tenemos.

Lo mismo sucede con la eterna letanía del escudo social. Otro amuleto para espantar una realidad a la que esta izquierda no sabe dar respuestas. No hay protestas por el ascenso meteórico de la cesta de la compra ni por la subida de los precios de los carburantes ni por tener que poner la lavadora el fin de semana. Según Funcas hemos vuelto a una tasa de pobreza severa del 7 %, la misma que había en España en 2014 y que corrigieron las reformas del Gobierno del Partido Popular, pero no se escucha entre la feligresía progresista ni un murmullo de resquemor. Habrá que esperar que venga un nuevo Gobierno para que esta izquierda fetichista encuentre la conciencia social que se le ha perdido entre los costurones de Frankenstein. Hasta entonces seguirán como los tres monos sabios : ni ver, ni oír, ni hablar.