El milagro de The Lathums
Es reconfortante que unos ignotos chavalillos norteños hayan alcanzado tal éxito reivindicando un mirada al mundo menos ceniza
Lo dicen muy bien muchos hispanoamericanos que viven en España: «Ustedes ni saben lo que aquí tienen». Cierto. Por ejemplo, hoy las capitales de provincia y las pequeñas ciudades españolas son una maravilla, cuidadísimas, con un ambiente grato y llenas de encanto. No ocurre así en todas partes. Inglaterra es el retrato de dos países, que muchas veces tienen poco que ver. Ya lo intuyó el inteligente premier Benjamin Disraeli cuando en 1845 escribió su novela «Sybil, o las dos naciones». Las ciudades del Norte, antaño pujantes por el tirón de la Revolución Industrial, se arrastran hoy postergadas, tristonas y sin demasiada esperanza para sus jóvenes (más allá de huir a Londres). Wigan, en el Noroeste de Inglaterra, a 26 kilómetros de Manchester y con algo más de cien mil habitantes, es uno de esos lugares de soñolienta y tranquila resignación. Pero a veces ocurren milagros. Cuatro veinteañeros de allí, que formaron una banda de guitarras de pop clásico en 2019, se acaban de aupar a lo más alto de las listas de venta del Reino Unido. Se llaman The Lathums, se conocieron en una escuela de música y y han pasado directamente de tocar en su pub local, The Crown, a llenar estadios y publicar con la discográfica de U2.
The Lathums son el antidivismo. Su líder es un chaval pícnico, redondete y rubicundo, de gafitas y pelo ralo. En los vídeos de sus canciones asoman los paisajes del Gran Manchester más olvidado: las ringleras de adosados construidos en su día para el proletariado industrial, los grandes almacenes de poso setentero, salas de baile que huelen a melancolía… La música de The Lathums tampoco es ninguna novedad. Algunos aficionados veteranos creemos que lo que ellos hacen ya lo hicieron, y mejor, bandas como The Housemartins allá en los ochenta. Entonces, ¿cómo se explica que los ingleses se hayan rendido al fenómeno de The Lathums? La respuesta radica en su reivindicación de lo cotidiano y, sobre todo, en su llamada al optimismo, a reconciliarse con lo que tenemos. Su canción de más éxito se titula «How beautiful life can be» y en su estribillo se atreven a cantar lo siguiente: «Dad a los niños la oportunidad de que simplemente vean lo bonita que puede ser la vida». Es un mensaje reconfortante, envuelto además en melodías agradables (un día, si quieren, debatimos la valía real de peñazos como C. Tangana).
Pongámonos por un instante en el lugar de los niños españoles –y europeos– de hoy. ¿Qué mensaje subliminal se les inculca en los libros de lectura que les programan en las escuelas, o en el entretenimiento audiovisual que consumen? Pues resumiendo mucho, y si me permiten la licencia, lo que se les viene a decir es que la vida es una mierda. Les cuentan que un Apocalipsis climático se cierne sobre sus púberes cabezas, que las familias normales y armónicas no existen, que las sexualidades minoritarias son en realidad las mayoritarias. Les predican que su país es un asco, con fascistas, homófobos y misóginos acechando en cada esquina. Les insisten en que somos una horda de xenófobos que maltratamos a los inmigrantes, cuando los hemos acogido con éxito y por millones. Los educan en la aversión al hecho religioso, connatural al ser humano. Les inculcan que los nacionalismos más paletos y regresivos son en realidad algo moderno y necesario. Les dan, en síntesis, una impresionante turra para convertirlos en feligreses de un deprimente credo «progresista», que al final rezuma aversión ante el mundo que nos rodea y omite las hermosuras de la vida.
No me extraña que The Lathums tengan éxito. Dejen en paz a los niños. Permítanles disfrutar sin miedo y albergar una esperanza.