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La regresión de la libertad

Los españoles somos mucho menos libres que en 1977, cuando el proceso de democratización vino precedido, acertadamente, por otro de liberalización

La libertad declina en España. Puede que agonice. Abundan los ejemplos: derecho de los padres a elegir la educación religiosa y moral de sus hijos, el libre uso de las lenguas, el cierre del Parlamento durante la pandemia, la legislación sobre memoria histórica y democrática, la regulación de la vivienda y los alquileres, entre otros muchos. Lo decisivo es que el ciudadano (o, al menos, aquellos que aún aman su libertad) sienten, con razón, que se les está arrebatando.

Todo procede de la decadencia del liberalismo. No me refiero a la concreta doctrina política sino a un sentimiento o actitud ante la vida pública que se caracteriza, entre otros atributos, por el respeto al que piensa de manera distinta y la decisión de convivir con él en una concordia básica, en pensar que uno puede estar equivocado, en defender la libertad propia y ajena y en no admitir nunca que el fin justifique los medios. Esto es lo que parece irremediablemente decaer.

Los españoles somos mucho menos libres que en 1977, cuando el proceso de democratización vino precedido, acertadamente, por otro de liberalización. No es democracia la que produce la libertad sino la libertad la que puede conducir a la democracia. En junio de 1984, lo recuerda Ernesto Baltar en su excelente y oportunísimo libro Julián Marías. La concordia sin acuerdo, publicó el filósofo un artículo titulado «La libertad en regresión». El PSOE había ganado las elecciones generales el 28 de octubre de 1982. En él, Marías denunciaba «la progresiva y rápida disminución de la libertad en España desde hace año y medio». No basta con ganar limpiamente unas elecciones. Una cosa es gobernar y otra «acometer apresuradamente la transformación de la sociedad española en todos los campos». El artículo concluía advirtiendo que si no se volvía a inyectar la libertad en el mecanismo de la democracia se podría producir la ruptura de la concordia. Y eso es exactamente lo que nos pasa ahora. Estamos mucho peor que en 1982, pero el mal empezó entonces.

Para llegar a esta grave situación han tenido que sucederse varios gobiernos antiliberales que no aprecian la libertad sino más bien la temen y la odian. Tiene también que haberse propagado en grandes ámbitos de la sociedad un sentimiento de apatía y cansancio y de falta de apego a la libertad, en favor de la igualdad y del bienestar. Como auguró Tocqueville, en los tiempos democráticos la libertad puede perderse más por la falta de apego a ella de los ciudadanos que porque nos sea arrebatada violentamente. El principio en el que sustentan las democracias es la igualdad, no la libertad. Por ello es ésta última la que se encuentra en peligro.

El remedio está en nuestras manos. En primer lugar, es urgente el cambio de Gobierno. Puede ser una moción de censura, aunque sea derrotada, y, sobre todo, su derrota electoral. Este Gobierno ha cometido muchos errores, algunos gravísimos. Entre ellos, se encuentra poner en grave riesgo la unidad nacional, reducir la libertad y gobernar con el apoyo de quienes quieren destruir a la Nación y al Estado. Esto carece de precedentes y no sólo en España. El Gobierno es una amenaza para la libertad y la Nación. Y es menester recordar que la libertad no es algo que se pide ni se concede, sino que es, ante todo, algo que uno se toma. Ya decía el sabio y loco, más sabio que loco, Alonso Quijano que la libertad es algo por lo que los hombres deben arriesgar sus vidas. Hayek dedicó un libro «a los socialistas de todos los partidos». Hoy es preciso apelar a los liberales de todos los partidos, donde los haya, pues sabemos que en algunos no hay uno solo. La libertad se encuentra en regresión, pero evitar el ocaso definitivo depende de nosotros. La supervivencia de la libertad está, como siempre, en nuestras manos.