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Nicaragua es sólo una pieza

El gran reto diplomático está en evitar nuevos avances hacia la dictadura. Es ahí donde europeos y norteamericanos tienen que unirse para apoyar a las fuerzas democráticas en la contención de la deriva

Tras la mascarada de elecciones en Nicaragua encontramos a Ortega reelecto en compañía de su esposa. Otro paso adelante en la conversión de ese estado centroamericano en una dictadura que esclaviza a su propia gente, hunde su economía y afianza sus lazos con Cuba y Venezuela. La arbitrariedad obra a su antojo, casi tanto como el narcotráfico. Nicaragua es una pieza. La vieja izquierda conquistó el poder en Perú hace poco tiempo. En breve habrá elecciones en Chile, Venezuela y Argentina. Descontamos Venezuela, porque hace tiempo que dejó de ser un estado de derecho. Chile es ahora el gran objetivo para la izquierda post-comunista.

Quedó atrás el tiempo en que los comunistas trataban de derribar los regímenes democráticos o las dictaduras conservadoras mediante actos violentos. Tras el fracaso de la Unión Soviética y de la vieja ideología comunista se parapetaron tras nuevas causas –feminismo, antinuclear, ecologismo, indigenismo…– y se hicieron más demócratas que nadie, no paran de darnos lecciones, para utilizar las propias instituciones como plataforma desde la que deconstruir lo que tanto costó levantar: Estados democráticos con economías abiertas a los mercados internacionales. Se tardó mucho en asentar la región, garantizando derechos humanos y orientando sus economías hacia el desarrollo y el bienestar. Tras el arco de crisis, que comenzó en 2017 y se reactivó con la pandemia, muchos ciudadanos perdieron su fe en el proceso, más aún ante el espectáculo cotidiano de la corrupción y la arbitrariedad. Era el marco apropiado para que la nueva izquierda presentara un discurso populista y optara al poder. Sus votantes serán más pobres y menos libres, pero es indudable que estamos viviendo un nuevo ciclo político.

Europeos y norteamericanos tienen demasiados problemas en casa como para ocuparse de la región. Por otra parte, estamos lejos de compartir una visión común sobre cómo actuar. No es un problema de perspectivas enfrentadas entre ambas orillas del Atlántico, sino de diferencias sensibles en el seno de cada una de las sociedades. El resultado es una diplomacia que funciona a impulsos contradictorios y que sólo benefician al dictador. Los Maduro de esa parte del mundo saben que no corren mayor riesgo si evitan acciones innecesarias. Sus ofertas de diálogo no van más allá de ganar tiempo y evitar sanciones. Mientras controlen a la élite  militar, enfangando a sus oficiales superiores en la corrupción, la posibilidad de ser depuestos por las armas se reduce. Son tantos los delitos cometidos que la transición es imposible. Sus dirigentes no podrían evitar la cárcel.

El gran reto diplomático está en evitar nuevos avances hacia la dictadura. Es ahí donde europeos y norteamericanos tienen que unirse para apoyar a las fuerzas democráticas en la contención de la deriva. La región tiene que retomar la senda de la modernización para aprovechar las oportunidades que van a surgir en el marco de la IV Revolución Industrial. De otra manera entrarán en un callejón de difícil salida, con el siempre interesado respaldo de China.