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Cuando Greta agacha la cabeza

Su valentía reivindicativa en la COP26 se les evapora frente China, Rusia y Arabia Saudí, donde si protestas te encarcelan

Los aficionados a los coches, en especial los del mundo anglosajón, conocen bien al extrovertido periodista y presentador Jeremy Clarkson, un inglés norteño de 61 años, alto, de rostro caballuno y humor descacharrante. Su famoso programa de motor 'Top Gear' arrasaba en audiencia en la BBC. En realidad su encanto no radicaba en lo que contaban sobre los vehículos, sino en la camaradería masculina de los tres presentadores, demasiado clásica, heterosexual y gamberra para los gustos de nuestra era de autocensura pudibunda. Así que en 2015 la BBC lo echó, pretextando una trifulca en un rodaje, y hubo de irse con su espectáculo a otras televisiones. Clarkson es un bocazas y a veces derrapa, ciertamente. Pero posee algo que empieza a ser tan valioso como una flor en el desierto: le resbala la corrección política, por lo que es capaz de soltar grandes verdades prohibidas. Por ejemplo, acaba de dar en el clavo al publicar en 'The Sunday Times' un artículo con el siguiente título: «Si Greta y sus amigos verdaderamente quieren resultados deberían protestar en Tianamen».

Acogiéndome a una de las máximas de cabecera del periodismo, aquella que reza «periodistas del mundo copiaos los unos a los otros», procedo a plagiar la tesis del gran Jeremy, porque tiene más razón que un santo:

La sueca Greta Thunberg, de 18 años, una persona con problemas psíquicos, a la que le robaron su infancia y su paz mental elevándola a profeta colérica del apocalipsis climático, se ha dejado ver en la cumbre de Glasgow junto a grandes grupos de manifestantes enojados. En las calles de esa ciudad escocesa, donde gozan del estupendo régimen libertades europeo, han clamado muy airados contra Occidente por no luchar como es debido contra el cambio climático. ¿Y qué pasa con China, máximo contaminador del planeta, que duplica las emisiones del segundo, Estados Unidos? ¿Y qué ocurre con Rusia o Arabia Saudí, que manchan también a saco y no tienen prisa alguna por corregirse? ¿Por qué no se quejan esos activistas de que la tan cacareada cumbre COP26 va a ser un fiasco –entre otros motivos– porque chinos y saudíes ni siquiera aceptan algo tan básico como divulgar sus cifras reales de emisiones?

Ha sido una pena que una causa honorable como la de preservar el planeta y su clima, que debió de ser asumida con naturalidad por el conservadurismo, se haya convertido en el cuasi monopolio de la izquierda populista. El resultado es que más que luchar por el medioambiente, lo que hacen la mayoría de los feligreses de la seudo religión climática es intentar meterle el dedo en el ojo a algo que no soportan: el modelo de las democracias liberales. Se les atraganta el único sistema que ha sembrado libertades y derechos, el que ha creado algunas de las zonas donde mejor se vive del mundo, como esta Europa que tanto denigramos. 

¿Por qué no reserva Greta su torrente de ira para protestar en Tianamen, o en la plaza Roja de Moscú, donde han contraído los mayores méritos para recibir su regañina? Pues como bien apunta el viejo zorro Jeremy Clarkson por la sencilla razón de que allí te enchironan, o te deportan, si se te ocurre criticar las miserias de su sistema. No existe algo tan básico para nosotros como la libertad de expresión. 

Así que, por favor, cesen de darnos la tabarra a los europeos, que somos precisamente los que más nos esforzamos por construir un mundo más limpio –con la factura del esfuerzo notándose ya en nuestros bolsillos– y vayan a reclamar al maestro armero. Léase Xi, Putin, Bin Salmán… Gracias.