La Heidi del 'procés'
Anna Gabriel dejó tirado a Llarena y a todos los 'indepes' que depositaron su confianza en ella, pero no a los trabajadores suizos
A los que llamaban cobarde a Anna Gabriel, la huida líder de la CUP, porque le temblaron las piernas cuando el magistrado Llarena le mandó llamar por atentar contra la integridad de España, estaban muy confundidos. Es verdad que hay que darles la razón en una cosa: la buena de Gabriel andaba despistada el día que se sacó los pasajes para huir y confundió Cuba o Venezuela, países donde se ha ensayado a todo lo que da las fórmulas políticas que defiende, con la bella Suiza, ese país alpino al que gente como Gabriel siempre ha identificado como el paraíso de los multimillonarios que quieren evadir la pasta gansa. Se ve que las prisas le nublaron su intelecto feminista y progre.
Anna Gabriel dejó tirado a Llarena y a todos los 'indepes' que depositaron su confianza en ella, pero no a los trabajadores suizos. Ahí es donde se demuestra la fortaleza de una antisistema. No en Cuba pidiendo la excarcelación de más de 4.000 presos políticos, ni en Venezuela compartiendo la miseria y la persecución de los contrarios a Maduro, es en Suiza donde el sindicalismo valiente y arrojado pone coto al fascismo. Allí ha encontrado Anna su razón de ser. Quién lo iba a decir. Los periódicos helvéticos hablan de una mujer clara, orientada a los resultados –fíjense cómo le salió el referéndum ilegal de 2017–. Hablan también de una luchadora por los derechos de la mujer… fundamentalmente de la mujer huida de la justicia, pero mujer a fin de cuentas.
La exportavoz de la CUP tiene mucho por hacer en Suiza. A diferencia de en la opresora España, en ese país centroeuropeo, Anna ha perdido su apellido por el de su pareja; hasta hace dos meses, si se hubiera querido casar con una chica, se lo hubieran prohibido; la brecha salarial es del 18 %, solo por debajo de Japón y Corea del Sur; la mayoría de los cantones han votado en referéndum no aprobar la sanidad pública por la subida fiscal que acarrearía y lo más importante: el código penal suizo, en su artículo 265, castiga con cárcel los actos tendentes a modificar la Constitución o a independizar parte del territorio de la Confederación.
Ahí es donde la separatista catalana tiene tarea. Pero ha de ir con cuidado la nueva sindicalista. En Suiza, no se andan con chiquitas. Aunque tienen sus cantones, su descentralización y sus cosas, ni una broma con su unidad nacional. Un Puigdemont y una Gabriel cantonales habrían sido retornados a la voz de ya a Berna para ser juzgados; el Gobierno helvético no les hubiera concedido a los sediciosos un indulto a cambio de votos; los condenados no se estarían dando abrazos con terroristas; ni ella estaría comiendo queso y chocolate tras usar dinero público indebidamente.
La nueva Heidi de Sallent de Llobregat ya se ha mimetizado con el capitalismo que tanto combatió. Ahora solo queda que mientras lucha por convertir Suiza en Corea del Norte, Pablo Llarena y los que la votaron en Cataluña no olviden su cobardía.