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Hablemos un poco en serio de la «coalición progresista»

Cumplidos dos años del actual Gobierno de socialistas y comunistas es un buen momento para repasar su obra

Se cumplen dos años de Gobierno de la que se autodenomina «coalición progresista». Presenta la singularidad de ser el único Ejecutivo europeo con ministros comunistas. Todo un anacronismo, que debería resultar inadmisible. Huelga recordar que el comunismo y el nazismo fueron las dos ideologías más mortíferas y criminales del convulso siglo XX. Una está prohibida, lógicamente. Pero la otra, ilógicamente, no. Hecha esta elemental e importante consideración, que en España se soslaya por sistema, pasemos a intentar analizar un poco en serio la obra del Gobierno de Sánchez y Podemos:

Lo peor no es que en plena crisis de la covid lanzasen una campaña de propaganda orwelliana titulada «Salimos más fuertes», una tomadura de pelo a costa del dinero de los contribuyentes, pues fue el prefacio del mayor desplome del PIB de toda la OCDE. Lo peor no es que la pandemia delatase la entraña autoritaria de Sánchez, que silenció al Parlamento y restringió todas nuestras libertades, por lo que ha sido condenado dos veces por el TC (revés y desdoro que en cualquier democracia bien oxigenada le habría costado el cargo). Lo peor no es que todas sus previsiones económicas derrapen sistemáticamente, como le ha afeado el propio Banco de España. Lo peor no es su falta absoluta de imaginación en la gestión, fiando toda la salida de la crisis a una única carta: la limosna de la UE. 

Lo peor no es su brasa fiscal, su gusto populista por la igualación a la baja y su desprecio del esfuerzo personal. Lo peor no es que oculte a los españoles las cifras reales de muertos en la epidemia solo para que no se empañe –todavía más– la imagen presidencial. Lo peor no son su aire narcisista y sus clichés huecos, interpretados con una teatralidad empalagosa, que llevan a muchos espectadores saturados a apagar la televisión y esconder el mando bajo el cojín más profundo del sofá. Lo peor no es que tolere impertérrito los ataques contra la Constitución, los jueces y el Rey por parte de ministros de su propio Gobierno.

Lo peor no son los indultos a los golpistas de 2017 contra el criterio del Supremo y la mayoría de los españoles. Lo peor no es que haya convertido a los partidos que más odian a España en los aliados de cabecera que lo sostienen, incluida la formación post etarra Bildu. Lo peor, aun siendo gravísimo, imperdonable, no son siquiera sus leyes de ingeniería social, que abrazan la subcultura de la muerte para facilitar que se elimine a los más débiles, una abyección que paradójicamente nos venden como el summum de la modernidad «progresista».

Y entonces, ¿qué es lo peor?, ¿qué es lo que más daño nos está haciendo como país? Pues en mi modesta opinión el daño más duradero del sanchismo es que ha laminado el concepto de verdad. En su etapa de Gobierno ha intentado convertir la mentira en un arma política perfectamente homologable. Miente en todo tipo de materias, todo el tiempo y con un desparpajo sin fisuras ni remordimientos. Un comportamiento así dinamita los cimientos imprescindibles sobre los que han de reposar el debate público y la propia civilización. Es imposible confrontar y construir algo con quien desdeña el principio de realidad, con quien cree que el único baremo son los intereses cortoplacistas de su propio ombligo, cueste lo que cueste. 

Parafraseando aquel exitoso lema del PSOE rubalcabiano en 2004: «Los españoles merecemos un Gobierno que no nos mienta». Esa es hoy la primera urgencia en la vida política española. Aceptar impávidos que engañar al público es lo normal supone tolerar que fermente la gangrena que acaba envenenando a un país.