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Espadas, el señorito andaluz

El socialista andaluz ni pide mucho ni se conforma con poco: lo justo para mantener las constates vitales en plena forma y las necesidades elementales cubiertas, sin hacer preguntas al líder de la manada mientras éste cumpla con sus responsabilidades alimentarias

Hay algo espiritual en ser del PSOE en Andalucía que permite a sus seguidores gritar contentos «Vivan las cadenas», el berrido adjudicado a los partidarios del absolutismo de Fernando VII en aquella España de principios del siglo XIX que clamó «Viva la Pepa» al proclamar su Constitución de 1812.

El socialista andaluz, y pongan aquí el tono narrador de Félix Rodríguez de la Fuente al explicarnos las peripecias del lobo ibérico o del alimoche pirenaico, es un animal de costumbres sedentarias, de siesta bajo el olivo, de vida en comunidad y de natural domesticable: una mascota cariñosa, ideal para la compañía y capaz de devolver el plato de comida con un despliegue de inquebrantable lealtad.

Ni pide mucho ni se conforma con poco: lo justo para mantener las constates vitales en plena forma y las necesidades elementales cubiertas, sin hacer preguntas al líder de la manada mientras éste cumpla con sus responsabilidades alimentarias: el Chaves plateado, el Griñán de hocico largo o la Susana anillada son, dentro de la cadena evolutiva de la especie, sus ejemplares más vistosos, dotados de unas garras más prolongadas y un pico más longilíneo para garantizar su liderazgo y cumplir con su misión jerárquica.

Cualquiera que conozca Andalucía dirá que es difícil encontrar en Europa, si no en el mundo, una tierra más variada, con un potencial más evidente y una riqueza natural más versátil: ni por tamaño ni por opciones es sencillo detectar un lugar donde sea razonable reconocer la existencia, incluso, de una civilización en su concepto clásico, ése que el polémico Samuel P. Huntington sustentaba en unas condiciones aquí presentes: entidad cultural, recorrido global, longevidad, una organización institucional y un potencial económico propio.

Y aunque es cierto que en tan anchos límites cabe casi de todo, no lo es menos que el trasiego de culturas, religiones, pueblos y grandes batallas incluso que adornan la historia de Andalucía le confieren ese plus que pasean con dignidad y algo de timidez ante otras comunidades más dadas a sacar más pecho que Tarzán encarnado por Johnny Weissmüller.

Pero hete aquí que el socialismo andaluz logró la hegemonía por el método de cercenar la esencia del andaluz y sustituir su propia iniciativa por una suerte de peronismo en alpargatas tan castrante como suficiente para la supervivencia.

Eso se rompió con la bofetada electoral de Juanma Moreno, un hombre tranquilo que hace las cosas típicas de un hombre tranquilo: entender que los espacios de convivencia se generan desde la renuncia y proyectar, desde ahí, una agenda razonable donde hacer que lo obvio se convierta en lo prioritario.

Ahora se especula con un adelanto electoral y se confirma que Sánchez irá a la contienda, con el tal Espadas de figurante y palmero de coro rociero, para decirle a los andaluces que su progreso pasa por indultar a políticos catalanes y pactar con los vascos algo en apariencia incompatible con el respeto más elemental hacia ellos.

Si cuela el truco, que nadie diga luego que el alimoche, amén de pastueño, no es más tonto que Abundio, aquel que se hizo una carrera a sí mismo y quedó segundo.