La economía sacará a Sánchez del poder
Encaramos un invierno del descontento que evidentemente mermará sus opciones electorales
Los españoles, pueblo de natural vitalista y esperanzado, nos tomamos la economía de aquella manera. Los números en general nos provocan bostezos y solo nos acordamos de ellos cuando el agua ya nos llega a las ingles. Ahora bien, cuando la galerna económica comienza a achuchar en serio, entonces el bolsillo se convierte en el primer agente electoral.
Nótese que las dos veces en que el PP llegó al poder fue cuando los hogares españoles se vieron contra las cuerdas. El Partido Popular casi nunca se ha atrevido a proponer en serio y con fuerza una visión de la vida alternativa a la del llamado «progresismo». Siempre se ha vendido destacando que gestiona las cuentas mejor que los socialistas (lo cual es cierto, y nada difícil). Felipe González cae en 1996 tras una dura crisis y con un paro de más del 20 %. La mayoría absoluta de Rajoy en 2011 llega tras la irresponsabilidad atolondrada de Zapatero ante los albores de la depresión del 2008 y con los calambres económicos castigando ya a la población. Sin el terremoto subprime probablemente el PSOE habría seguido empatándole los comicios al viejo Mariano. Hasta ahora el mecanismo de la política española ha funcionado así: el público se entrega a su PSOE de toda la vida, que acaba hundiendo las cuentas; el PP las parchea con un gran esfuerzo, pero nada más salir del hoyo, los votantes vuelven a entregarse a los cantos de sirenas de la izquierda populista, porque en un país proclive a la envidia la igualación a la baja cuenta con muchísimos palmeros. Y así hasta la siguiente quiebra…
Me atrevo a pronosticar que ahora volverá a suceder lo mismo. Al final lo que desalojará a Sánchez de la Moncloa será la economía, que por supuesto jugará un papel clave en las expectativas electorales. Por desgracia, el sufrimiento de la España real será lo que finalmente nos libere de esta anomalía llamada sanchismo.
Mientras se sigue mintiendo al público con que todo va de maravilla, los hogares ya sienten exactamente lo contrario. La inflación está en el 5,4 %. La gasolina, un 32 % más cara que hace un año, y el gasoil, un 36 % arriba (con los camioneros en pie de guerra y amenazando con una huelga previa a las navidades). También ha subido la cesta de la compra. La industria, como en todo el planeta, sufre carencias y retrasos a la hora de recibir componentes. El famoso «escudo social» ha resultado otro camelo más. El Ingreso Mínimo Vital, por ejemplo, solo ha llegado a la tercera parte de los destinatarios prometidos. Las previsiones siguen siendo de tebeo: Bruselas las acaba de corregir a la baja y afea que somos la economía grande más rezagada en la recuperación (¿para qué sirve exactamente Nadia Calviño?).
Por supuesto: la UE ya ha empezado a aplicar su jarabe de ricino. Era de ilusos pensar que Europa nos inflaría a fondos sin pedir a cambio un poco de rigor contable y estructural. Sánchez, el social, ya ha aceptado cambiar el cómputo de las pensiones, lo que reducirá su futuro importe, y también aumentará los años de cotización requeridos para retirarse. Va a cargarnos con peajes en las autopistas (más inflación). Va a subir las cotizaciones (más costes laborales y más paro). Nos ha apretado con varios impuestos, y lo hará con más. Y por supuesto no tiene idea alguna sobre cómo bajar el recibo de la luz (lo de que acabaremos este año en los precios de 2018 es otro hito del conocido serial Grandes Trolas Animadas de Ayer y Hoy).
Viene un invierno del descontento y quien sostenga que no se notará en el voto o es un iluso, o simplemente rema a favor de la causa sanchista.