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Tejedora en red

La «España Vaciada» quiere habitarse de nuevo y retornar a sus viejas y añoradas costumbres

Ha surgido por ahí una nueva formación política «España Vaciada» a la que los de las encuestas conceden 15 escaños en las próximas –de haberlas– elecciones generales. Me suena a PSOE camuflado, como el golfo de Teruel que vive en Valencia y nos regaló con su voto a favor la presidencia de Sánchez. La «España Vaciada» quiere habitarse de nuevo, y retornar a sus viejas y añoradas costumbres. Trabajar el campo y la ganadería, recuperar al médico, al cura, al boticario y el jefe de puesto de la Guardia Civil, y el domingo acudir a la Santa Misa en su maravillosa iglesia románica para reencontrarse con Dios y la mística castellana, y recibir en la homilía una cariñosa reprimenda del párroco. Una acuarela maravillosa que nadie se atreve hoy en día a pintar. La España rural es un prodigio, y me refiero fundamentalmente a Castilla. Para llegar de Madrid a la provincia de Santander, La Montaña de Cantabria, se pueden elegir diferentes rutas. La que une Burgos con Aguilar de Campoo, que se anuncia como autopista cuando apenas hay cinco kilómetros desdoblados. Esa ruta transcurre por la Castilla deshabitada. Apenas 60 kilómetros, y ¡quince iglesias románicas! Una efímera visita en movimiento por la grandeza castellana, por una España rural que todavía siembra, que todavía cosecha, que mira al cielo, que pide agua y milagrosamente sobrevive.

A Madrid, que es mi cuna y mi ciudad, acudo una vez cada mes para no perder el sitio, si bien mi sitio elegido, y en el que vivo, es rural.

Me levanto y paseo entre mis árboles. Un haya, un roble, un abedul, un liquidámbar, dos arces, un castaño, y varios laureles. El valle tolano en el que vivo se llamó en tiempos romanos el «Valle de los Laureles», y de aquí salían para Roma los ramos de lauro que coronaban a los héroes. Ahora el monte está dominado por los eucaliptos, como en todo el norte de España, un árbol importado y feo pero muy útil y económico. De su madera nace el papel. No tendría sentido su presencia sin el negocio de la madera literaria, porque en el norte de España no hay koalas. A mi lado, un prado con ovejas. Más allá, una vaquería. Y el encuentro amable y sincero con los lugareños, siempre con un comentario del tiempo y la temperatura. Aquí son muy exagerados. Cinco días seguidos de sol, y ya se refieren a la «seca». Soy un madrileño rural y me siento feliz por haber elegido este destino para los últimos años de mi vida.

Pero ignoro cómo se teje en red. La dulce esposa de Pedro Sánchez, de la que ignorábamos sus conocimientos del mundo rural, ha impartido una lección de este asunto en una cosa que se llama Presura 2021. Creíamos que era experta en saunas excitantes y resulta que domina los entresijos del alma rural. Pero nos ha dejado sin esperanza a los millones de españoles que vivimos entre los prados y los bosques, y no sabemos «tejer en red». Sus palabras son claras y aleccionadoras, pero cuando llegamos al tramo de «tejer en red», nuestros anhelos se oscurecen por la ignorancia. Ha dicho textualmente doña Begoña, bilbaína, con domicilio en el Palacio de la Moncloa, el de la Mareta y el de La Marismilla de Doñana: «Un proyecto rural debe retornar en la zona, deben ser proyectos que se domicilien, contraten talento y utilicen los recursos del territorio. ‘Tejer en Red’. El emprendedor rural debe preguntarse: ¿qué aporto a la zona? ¿Cómo conviviré con el territorio?».

Ahí está el intríngulis de la cosa. La respuesta es sólo una, después de haberse domiciliado en el proyecto, contratado el talento y utilizado los recursos del territorio. Y he llegado a la conclusión de que el desenlace sólo puede lograrse «tejiendo en red». Eso sí, no sin antes preguntarse: ¿y qué coños significa eso?

Y en este punto, la respuesta nubla la esperanza. Y aquí me hallo. Tejiendo en red sin saber cómo se hace.