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Hedor Olorza

De todos los accesos repentinos de dignidad, el más curioso y celebrado ha sido el del exalcalde de San Sebastián, que lleva en esto desde que Arquímedes gritara Eureka

La afectadísima progresía nacional ha encontrado en Odón Elorza el Ulises que les guiará a la Ítaca de dignidad que, al parecer, supone negarse a votar a Fernando Arnaldo como magistrado para el Tribunal Constitucional, propuesto por el PP y aceptado por el PSOE a cambio de tragarse cada uno el batracio correspondiente.

En un país con una fiscala General del Estado y Estada intervenida a la vez por Sánchez y Garzón y una Abogacía del Estado ubicada en Moncloa; al parecer la elección de un catedrático de Derecho Constitucional para un puesto en el Tribunal Constitucional es un escándalo.

Y eso que su apellido coincide con el nombre de pila de moda: si en lugar de militar en el Derecho y tener ideas conservadoras lo hiciera en Bildu y tuviera malas ideas, en general, los aplausos de los hoy ofendidos hubieran competido sin problemas con los obtenidos por cualquier ministra de Igualdad hablando del aborto; con cualquiera de Hacienda resucitando la plusvalía o con cualquiera de Interior repatriando a etarras.

Eso sí merece respeto, y no el Fernando ese, un constitucionalista para el Constitucional, habrase visto tanta desfachatez. De todos los accesos repentinos de dignidad, el más curioso y celebrado ha sido el del exalcalde de San Sebastián, que lleva en esto desde que Arquímedes gritara Eureka.

A Hedor Olorza, por practicar el bilingüismo, no le conmovió que en la moción de censura, las investiduras de Sánchez o la aprobación de los Presupuestos apareciera la zarpa del otro Arnaldo.

Tampoco que su Gobierno indultara a Junqueras. Ni mucho menos que, en las cuentas públicas perpetradas para 2021, un andaluz tenga reservada una financiación per cápita un 16 por ciento inferior a un catalán.

Ni siquiera le recuerdo un breve gesto de alipori cuando el PSOE, amamantado por Podemos, intentó abolir en el Congreso la prisión permanente revisable con el padre de Diana Quer, y otros como él, mirando desolado desde la tribuna.

No, para el bueno de Elorza, como para otros diez diputados de decencia oscilante, lo peor que les ha pedido Sánchez es que voten a un Arnaldo equivocado para que ellos puedan poner a los Pumpidos propios.

La troupe que olvida con facilidad el horror de ETA suele enseñar a Odón enfrentándose un poco a ella en 1992, tras un atentado en Donosti: en las imágenes, les grita «cobardes» minutos después de una explosión, como intentando demostrar que allí había héroe para rato.

Hacer lo obvio les parece épico a los mismos que, ahora, consideran a las víctimas un incordio y ningunean, ignoran o transforman en algo folclórico la imagen de Consuelo Ordóñez, hace unos días solo, oponiéndose a la caterva inhumana que desfilaba por el País Vasco pidiendo libertad para Henri Parot.

Si Elorza, con su hedor a cuestas, es el menos malo de los once insurgentes, no hay que ser muy habilidoso para intuir la catadura del resto: a este Arnaldo ni agua; al otro pónganle lo que pida.