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No, cinco veces no

Ni la política ni el feminismo comprometido se llaman Yolanda, Mónica o Ada, por mucho que lo intenten

Hay mujeres que se han arrogado la facultad de decidir quién es mujer-mujer y quién una pringada sojuzgada por el patriarcado y alienada por los intereses capitalistas. Ellas paren su engendro y ellas deciden quién entra y quién sale del paraíso-chiringuito, regado con dinero público, que se han montado a su medida. Las inquisidoras han llegado incluso a expulsar de la militancia feminista a activistas que echaron los dientes y las canas defendiendo los derechos de la mujer porque no están a la altura del lenguaje tontoinclusivo, los murales de Rigoberta y la guerra cultural librada desde nóminas de seis cifras.

Y qué decir de lo que piensan de la mayoría de las mortales que luchamos con nuestro trabajo cada día en la causa de la igualdad y de la eliminación de las diferencias de favor con los hombres y que somos invisibles para estas feministas de la señorita Pepis. Este fin de semana se han paseado cinco «miembras» de esa élite activista, con la misma cháchara trasnochada de siempre, usando nuestro género, la lucha de nuestras madres y abuelas, el sufrimiento de muchas y el compañerismo de muchos, para alimentar el feminismo comercial que igual defiende a Rociíto, que calla los abusos contra menores en Baleares, que silencia a maridos acosadores o que disculpa a ministras que lo son gracias al buen medrar de su macho alfa.

Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Mónica García, Ada Colau y Fátima Hamed (el necesario hiyab para el teatrillo) no tienen mi permiso y supongo que tampoco el de millones de españolas para explotar nuestra identidad, o nuestro género (al que quieren difuminar, por cierto) con el único objetivo de atesorar poder que les franquee el paso a más dinero público, ese dinero que no es de nadie y que nunca utilizan para hacer políticas familiares, ayudar a la conciliación o reducir la brecha salarial. O, de paso, mitigar la miseria de los transportistas, que les recordaron a «huevazos» que en sus familias también hay mujeres que sufren.

Los enemigos de las cinco de Valencia no son el patriarcado y las desigualdades, supersticiones míticas que en realidad nunca les importaron. Los enemigos de las cinco son el mérito, la revolución cotidiana de millones de mujeres y el grito silente pero atronador y definitivo que muchas entonamos: no nos representáis. Porque quienes sí lo hicieron fueron esas abuelas que rompieron techos de cristal el siglo pasado para estudiar y trabajar, que se rebelaron contra el machismo familiar, y cuyas nietas siguen haciéndolo fuera del cínico manto partidista, lejos del presupuesto público que cobija a las impostoras de Valencia o a las arrumbadas de Podemos.

Ni la política ni el feminismo comprometido se llaman Yolanda, Mónica o Ada, por mucho que lo intenten. Hay futuro para las mujeres en política y tienen otros nombres y otras biografías. Qué sería de España si el rigor en el gasto de los fondos europeos dependiera de la activista antidesahucios Ada Colau y no de Ursula von der Leyen; o la tabla de salvación de nuestra deuda soberana estuviera en manos de la demagoga Mónica Oltra y no de Christine Lagarde: o la regla presupuestaria europea pivotara sobre la médica y madre Mónica García en lugar de sobre la ya saliente Angela Merkel.

Hablamos de mujeres solventes. Por eso, la derecha alemana no ha levantado el vuelo tras la salida de Merkel; y Europa se rindió ante Ursula von der Leyen cuando denunció públicamente cómo Erdogan la humilló por ser mujer ante la pasividad de su compañero Charles Michel; y en Francia, Macron teme que un día la parisina Lagarde decida disputarle El Elíseso. Aquí, en el país de los ciegos (España), solo un tuerto político como Pedro Sánchez puede temer que Yolanda le quite el puesto; o Chimo Puig que Mónica Oltra le arrebate la poltrona; o solo un socialismo madrileño zaherido por Sánchez puede haber dado alas de jefa de la oposición a Mónica García; o una vida política enferma como la catalana haya elevado a alcaldesa de la segunda ciudad española a una antisistema con aires de María Zambrano como Ada Colau.

La soflama del nuevo feminismo nos bombardea para solapar sus aberraciones, para normalizar sus injusticias y para justificar que sus «dirigentes» han llegado donde no se merecían llegar. Por eso, no, cinco veces no.