Dónde nos perdimos
Ya no somos parte de la solución. Es más, nos hemos convertido en parte del problema económico que hoy afronta la Unión Europea
La escena internacional parece haber entrado en una espiral de tensión. De un día para otro los conflictos se agudizan y comenzamos a escuchar declaraciones prebélicas.
Bielorrusia, bajo la dirección de Rusia, empuja a emigrantes hacia Polonia, Lituania y Letonia, con ánimo de dividir a los Estados miembros de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica y para pasar factura por las sanciones impuestas tras haber ejecutado un pucherazo y perseguido impunemente a la oposición democrática. Las maniobras militares ruso-bielorrusas en la frontera polaca son una provocación que está llevando a una combinación de indignación y movilización. El propio jefe del Estado Mayor británico ha hecho referencia a que la OTAN tiene que estar preparada para lo peor. Tanto va el cántaro a la fuente, tanto aprendiz de brujo enreda, que al final una situación como esta se puede descontrolar. El ministro de Defensa australiano ha declarado la disposición de su país a colaborar con Estados Unidos en la defensa de Taiwán ante un ataque chino, siguiendo previas declaraciones de las autoridades japonesas en el mismo sentido. Para qué hablar de la situación en nuestra frontera sur…
Ante este cúmulo de retos ¿dónde está España? ¿Cuál es nuestro análisis? ¿Cuáles nuestros intereses? ¿Qué posición diplomática estamos defendiendo?
Con los gobiernos presididos por Adolfo Suárez se pusieron las bases para reintegrar a España en el concierto de las naciones. Durante las seis legislaturas de González y Aznar no sólo nos reintegramos, sino que, de manera paulatina, fuimos asumiendo responsabilidades de liderazgo. Llegamos a ser un actor de referencia. Desde el atentado del 11-M y la llegada al Gobierno de Rodríguez Zapatero hasta hoy, España ha desaparecido de los procesos efectivos de toma de decisión. Es evidente que en un Estado que no sabe si es una nación, con una mayoría parlamentaria que cuestiona su Constitución y su unidad, es muy difícil llegar a un consenso suficiente sobre cómo actuar en el exterior. Ya no somos parte de la solución. Es más, nos hemos convertido en parte del problema económico que hoy afronta la Unión Europea.
Como si de un trastorno genético se tratara, España sufre periódicas crisis de ensimismamiento y melancolía, olvidándose de los retos que la impertinente realidad le está presentando. Obvio es decir que esas crisis pasan factura y no suele ser pequeña.
Las fronteras de Polonia, Lituania y Letonia son nuestras fronteras, dada nuestra pertenencia a la Alianza Atlántica y a la Unión Europea. Taiwán queda muy lejos, pero en un entorno globalizado como en el que nos estamos moviendo, lo que allí ocurra nos afectará de inmediato y gravemente. Va siendo hora de que recuperemos el sentido común y dejemos atrás las sempiternas políticas de campanario, que ya nuestros ancestros denunciaban con ardor. No puede ser que tanto el Congreso como la sociedad continúen distraídas en temas propios de una mentalidad provinciana cuando nuestro futuro se está jugando en la escena internacional.