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Arréglelo hoy mismo

Si Casado ha de adelantar el congreso regional para acallar el espectáculo del PP en Madrid, tampoco es un gran precio

Para contar bien la película, primero tenemos que empezar con el reparto:

MAR, 57 años. Olvídense de Iván Redondo. MAR es el mejor gurú electoral español. Fue clave en la llegada de Aznar a la presidencia y portavoz del Gobierno recién cumplidos los 30. Pero salió mal de la política. Aunque después triunfó en la publicidad, en las tertulias y amasó mucho dinero, le quedó la espinita. Ahora quiere quitársela como mentor de Isabel Ayuso, a la que pretende elevar al Olimpo genovés. Suyo es parte del guion que ha creado el fenómeno.

Pablo, 40 años. La nunca bien explicada espantada de Albertiño y el odio de telenovela que se profesaban Cospe y Sorayita le brindó un poco de rebote la presidencia del PP. Tiene boletos para ser el próximo presidente del Gobierno, porque la economía y las mentiras están apolillando a Sánchez. Es un buen tipo, tal vez por ello muy dubitativo. Ha ido basculando de tono político, ora derecha muy nítida ora centroderecha, y le cuesta sintetizar mensajes nítidos que lleguen al gran público. No ha aprendido todavía tampoco que el poder es la soledad extrema, que arriba no existen amigos.

Isabel, 43 años. Apadrinada en su ascenso por Pablo -en contra de la opinión de muchos que hoy la adulan- se ha convertido en la estrella política del momento. Con un discurso muy claro y eslóganes de la factoría MAR, llega al público y en este momento cuenta con mejor valoración entre los votantes del PP y Vox que el propio Pablo. Ella es el político del PP que desafía con más valor el imperio social y cultural del llamado progresismo. Su triunfo en Madrid devolvió a la cabeza de las encuestas a un Casado que estaba sufriendo en ellas. Ahora Isabel quiere el poder absoluto en Madrid, como plataforma para la meta con que fabulan ella y su mentor (el sillón de Casado). Pero ha lanzado el envite demasiado pronto. Las elecciones pueden ser tan raudo como el año que viene y Pablo va a tener su tercera oportunidad, que además puede salirle bien.

Almeida, 43 años. Es probablemente el más inteligente y políticamente más dotado de todos los actores que pululan por este culebrón. Pero el inesperado bum de popularidad de Ayuso, fruto del triunfo electoral del 4 de mayo que reflotó al PP, lo ha dejado un tanto orillado y con pocas opciones de derrotarla en un congreso en Madrid abierto a la militancia. Tendrá su hora. Pero tampoco es esta.

Teo, 36 años. Pablo delegó en él y lo convirtió en el secretario general para que hiciese de Señor Lobo («arreglo problemas»). Su misión era afianzar el liderazgo partidario de Casado laminando a la disidencia interna. Ingeniero de telecomunicaciones de valía, le ha faltado mano izquierda y ha pisado demasiado callos. Su talante tira a sobrado. Rajoy ejecutó esas mismas limpias para Aznar y las resolvía a lo George Clooney en Up in the air (salvando el glamour): ejecutaba los ceses por provincias con tal suavidad y cordialidad que el decapitado casi le daba las gracias. Teo en cambio suscita cabreos. Su gran éxito fue revertir la operación de Ciudadanos y Moncloa en Murcia. Como parlamentario, su tonillo irónico-graciosete no cala. A Casado le costará soltar lastre, pero hoy es parte del combustible que aviva las chispas de Madrid.

El PP está dando un espectáculo innecesario en Madrid que ayuda al PSOE. Todo el foco político tendría que estar en los problemas de Sánchez, el presidente más débil de la democracia, que atraviesa su peor momento, tocado por la economía y rehén de sus imposibles socios. Pero el cocido madrileño se ha salido de la olla. Para cerrarla, Casado podría escuchar a viejos clásicos de la zorrería política italiana. Maquiavelo advertía: «Si toleras el desorden para evitar la guerra, tendrás primero desorden y después, guerra». Andreotti, que veía crecer la hierba, recordaba que «gobernar no consiste en solucionar problemas, sino en hacer callar a los que los provocan». Casado debería escuchar a Andreotti y actuar hoy mismo. La solución es obvia: tragarse el orgullo, transigir y adelantar el congreso del PP de Madrid como le pide Ayuso (eso sí, recordándole que una vez que se dé ese paso ella será rehén de su palabras públicas de apelaciones a la unidad y promesas de que su única meta ahora mismo es Madrid).

Cierto que a Teodoro saldrá escaldado y desautorizado. Cierto que a Almeida no le sentará bien. Y cierto que Casado, una vez más, habrá cambiado de opinión. Pero se trata de precios menores comparados con tener un boquete abierto en Madrid cuando España ya está casi en precampaña.

Boris Johnson es perezoso, desorganizado, mentirosete y veleta. No hay quién no lo sepa en Inglaterra. Pero tiene un plus intangible de encanto político, que lo lleva a conectar con la gente y ganar elecciones. Hay políticos con ángel y otros que por lo que sea carecen de él. Ayuso es de los primeros. La política es una fotografía móvil y no tiene sentido soslayar la evidencia de que hoy su tirón la hace importante. Como decía otro italiano, Michael Corleone, «mi padre me enseñó una cosa: mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos todavía más cerca». Pues por ahí tendrá que ir Casado…