Fundado en 1910

Pedro Aviones

El uso abusivo que hace Sánchez del Falcon y del Súper Puma denota el patrimonialismo con el que ejerce el poder hasta confundirlo, a veces, con un cortijo de su propiedad

Al entrañable Juan José Hidalgo, fundador de Air Europa y cariñosamente apodado por sus amigos, «Pepe Aviones», le ha salido un competidor apasionado de la aviación. Me refiero a Pedro Sánchez, alumno aventajado de Willy Fog y émulo del baúl de la Piquer, conocido desde ya por «Pedro Aviones», o si prefieren por «Falconeti», en alusión al modelo Falcon, avión oficial, con el que sobrevuela las Españas y el globo terráqueo desde su aterrizaje en Moncloa. Hay, sin embargo, notables diferencias entre el remoquete cariñoso y afectivo de Juan José Hidalgo y los sarcásticos y cáusticos apodos que identifican la actividad aérea de Pedro Sánchez. El creador de Air Europa y Globalia se convierte para sus amigos en «Pepe Aviones» cuando pasa de mover unos cuantos autobuses para turistas y emigrantes a crear una compañía aérea que compite con las mejores del mundo, mientras que el presidente del Gobierno deviene en «Falconeti» o «Pedro Aviones» por su irrefrenable afición a coger los helicópteros y aeroplanos del Estado con la misma determinación y soltura del que toma un patinete o un taxi. Sánchez es capaz de agarrar el Falcon por el tubo de escape con tal de imitar a Tom Cruise en Top Gun e inmortalizarse con sus Ray-Ban en la cabina del aparato. Instantánea, por cierto, que ya se hizo él petulante y exhibió convenientemente.

Su afición aérea, sin embargo, pasa de ser un capricho de potentado de nuevo cuño a convertirse en un problema político y ético, cuando trasciende que utilizó los medios públicos para fines privados y de partido como acreditan los desplazamientos junto a su esposa Begoña Gómez a un concierto en Castellón y a la boda de un cuñado en La Rioja o, recientemente, a sendos mítines del PSOE en Torremolinos y Benidorm. El recurrente truco monclovita de incluir algún acto oficial en los destinos, arriba citados, para justificar esos vuelos personales son un insulto a la inteligencia de los ciudadanos y más antiguo que la humedad.

Sospecho que el desaforado empleo que Pedro Sánchez hace de los medios del Estado, ya sean aéreos o inmobiliarios en vacaciones, obedece a la imperiosa necesidad que tiene por exhibir su poder político con una ostentación no exenta de algunas dosis de soberbia y vanidad. Me recuerda, en parte, a la actitud presuntuosa del nuevo rico que, sin haber perdido el pelo de la dehesa, vive fascinado por la idea de mostrar a todo quisque su nuevo estatus económico.

A Pedro Sánchez le mola fardar de Súper Puma y Falcon y eso explica que se haya convertido en el presidente del Gobierno que más ha recurrido a las aeronaves del Estado para desplazarse a actos de su partido, y el único en hacerlo por motivos estrictamente privados, despreciando otros medios de transporte como el AVE, menos contaminantes y más económicos, que no expulsan a la atmósfera toneladas de huellas de carbono, ni contradicen, por tanto, sus pomposas declaraciones sobre el cambio climático y la transición ecológica. Los dirigentes de izquierdas suelen cabalgar entre contradicciones sin que, aparentemente, ello reste credibilidad a sus acciones y Sánchez se montó en ese caballo el mismo día que descabalgó a Rajoy de la Moncloa e hizo de la incoherencia y la impostura normas habituales de su conducta política.

Sus primigenias intenciones de regeneración y ejemplaridad desde el Gobierno, mediante la utilización racional y transparente de los medios del Estado, no sólo han sido incumplidas sino que se han materializado en una reiterada falta de explicaciones a la oposición y en una opacidad propia de regímenes totalitarios. El uso abusivo que hace Sánchez del Falcon y del Súper Puma denota el patrimonialismo con el que ejerce el poder hasta confundirlo, a veces, con un cortijo de su propiedad. Por cierto, muy propio también de la izquierda.