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España, capital Caracas

Qué pinta Sánchez tolerando que su predecesor vaya por el mundo uniendo el nombre de España al de un régimen que encarcela opositores, mata de hambre a los ciudadanos y directamente confisca hasta las siglas de los partidos de la oposición

Zapatero se fue a Caracas a perfumar a Maduro, pero se va a traer a Madrid otro frasco de su peste, por alguna razón inmune a los controles de aduanas que quizá tampoco detectaron los maletines de Monedero y las maletas de Delcy.

Que una semana después de detallarse los impúdicos negocios del embajador zapateriense en Venezuela, un lobo con piel de gacela, su mentor vuelva a la escena del crimen a intentar adecentar la farsa chavista, lo dice todo de los principios del personaje y de la catadura del Gobierno, presuntamente español, que lo tolera.

Y que el otro «observador» sea el fundador de Pollemos, coautor intelectual de ese crimen político que sumió a Venezuela en un nuevo «periodo constituyente», en grado de tentativa ahora en España; completa el desolador paisaje de la diplomacia española en el mundo.

Estigmatizados en Bruselas, ignorados en Washington y solo queridos, mientras nos dejemos insultar, por los indios Tabajaras que echan la culpa a Colón y a Fray Junípero Serra de todos sus males, mientras monopolizan la milla de oro madrileña a golpe de talonario.

Zapatero se marchó de una Presidencia a la que llegó rodeando sedes del PP, dejando el pufo de la crisis, mintiendo sobre el déficit y plantando la semilla del populismo que ahora ha germinado en el nuevo Gobierno: sin el exterminio del PSOE clásico que él inició y sin el riego antisistema que puso en marcha, quizá nunca hubiesen prosperado sus hijos putativos, esa familia numerosa encabezada en los albores por Pablito Iglesias.

Ese currículo hubiera sido suficiente para procesarlo, al menos a efectos políticos; pero en España se puede despedir a una cajera del Mercadona por no cuadrarle la caja en tres euros y hacerle, a la vez, un retrato de 30.000 euros a un expresidente kamikaze para que su careto luzca en algún rincón noble del Congreso.

Si Aznar hubiera acudido de «observador» a un guateque de Pinochet le hubieran montado un pollo de campeonato, tan merecido como improbable: los homenajes a los dictadores de derechas solo vienen, desde hace tiempo, de una izquierda consagrada a pelear contra molinos para ejercer de quijote y quijota cutres mientras le engorda la sancha panza.

Pero el asunto crucial no es Zapatero, un pobre hombre que quizá esté intentando no ser además un hombre pobre. La cuestión es qué pinta Sánchez tolerando que su predecesor vaya por el mundo uniendo el nombre de España al de un régimen que encarcela opositores, mata de hambre a los ciudadanos y directamente confisca hasta las siglas de los partidos de la oposición; empeñados también en dar la razón a Napoleón cuando decía que, para ganar una batalla, es mejor un general malo que tres buenos.

Descartada la indiferencia o la casualidad, pues nada se pudre en Dinamarca sin el permiso de su Hamlet de saldo, hay que considerar a Zapatero y a Monedero enviados personales de Su Sanchidad. Y preguntarse qué cojones está pasando en España para que esa descentralización antimadrileña de Pedrito parezca ser una excusa para conceder la capitalidad a Caracas. Se nos está poniendo cara de Venezuela y aquí andamos que si Ayuso o que si Casado.