Tiempos de confrontación
Es difícil imaginar un futuro democrático cuando se apuesta por la confrontación y la exclusión
Lo sabemos. Estamos viviendo un cambio de época, por lo que muchas de las instituciones que han caracterizado nuestro mundo están mutando o desapareciendo. Por ello, a nadie le pueden sorprender las tensiones que los regímenes democráticos están sufriendo. El comunismo fracasó, pero los comunistas de toda condición siguen aquí. Ya no utilizan los viejos argumentos, sino que se parapetan detrás de nuestras instituciones para, desde dentro del sistema, corromperlas. Desde hace un siglo se enseña en las escuelas de inteligencia cómo se transita desde la democracia a la dictadura, parafraseando a Fernández Miranda, «de la ley a la ley».
Esa fue la experiencia venezolana. Intentaron un golpe de Estado y les salió mal. Fueron por la vía legal y consiguieron destruir una gran nación, dotada de formidables reservas de hidrocarburos. Nicaragua ya ha llegado al mismo destino, sumándose ambas al precedente cubano en el censo de dictaduras comunistas.
Las tensiones propias del cambio de época no son una exclusividad iberoamericana. En Estados Unidos los partidos republicano y demócrata son ya algo irreconocible para una persona de mediana edad. Ni los Bush tienen nada que ver con Trump, ni Clinton con las huestes de su partido que han conquistado el Capitolio. El espectro centrista se reduce en beneficio de unos extremos crecientemente radicalizados. Algo semejante ocurrió en Perú y hoy lo estamos constatando en Chile. España no anda muy lejos de este escenario. Si el Partido Popular, fiel a la historia de la derecha española, se suicida a causa de un conjunto de rencillas incomprensibles y el Partido Socialista renueva su mayoría parlamentaria, asistiremos a una radicalización del arco parlamentario y los extremos pondrán fin a la forma de hacer política característica del Régimen del 78.
En Venezuela, apenas si hay esperanza para la democracia. Para los demócratas de aquel país una elección, por corrompida que esté, es una oportunidad para la movilización. En el exterior las posturas se enfrentan entre los que buscan legitimar una dictadura y los que demandan su condena.
En Chile, como en España, la democracia no está en peligro a corto plazo, pero sí la cultura política que la sustenta. Ambos regímenes proceden de una dictadura y en ambos casos había unos acuerdos de fondo para evitar tanto una nueva dictadura como la repetición de las circunstancias que estuvieron en su origen. En nuestros días la combinación de cambio generacional y de época están creando un nuevo entorno en el que aquellos acuerdos resultan prescindibles, dando paso a la reivindicación de unos legados políticos que se fundamentan en la confrontación.
El esfuerzo por garantizar la paz y la convivencia se canalizó durante décadas a través de la formación de regímenes democráticos y de la apertura de los mercados para favorecer la actividad comercial. La democracia es sólo un instrumento que da sentido a una cultura política y es esta cultura la que hoy está crecientemente en cuestión en Occidente. Es difícil imaginar un futuro democrático cuando se apuesta por la confrontación y la exclusión.