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En manos de Fashionaria, ERC y Bildu

Tenemos a un presidente de Gobierno rehén de las exigencias económicas, laborales y sindicales de Yolanda Díaz y de los intereses abyectos de independentistas y bilduetarras a los que ha normalizado y antepuesto en la negociación al PNV con el objetivo de gobernar el País Vasco con Otegi

Escuché a mi querido Carlos Herrera referirse a la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, con el alias polisémico de «la fashionaria» y reconozco que no puedo estar más de acuerdo con la definición . En el apelativo de «fashionaria» convergen la forma, el estilo y el fondo que identifican a esta política gallega convertida en una especie de icono progre que comparten por igual la izquierda radical y la gauche caviar .

En Yolanda Díaz convive la mujer de modales versallescos, algo fashion y pija, con la gobernante marxista heredera ideológica de quien fue un referente del PCE, Dolores Ibárruri, La pasionaria.

Detrás de su fachada amable hay una comunista convencida, nostálgica de la dictadura del proletariado, partidaria de la república y contrariada por no haber guillotinado a un Rey, tal y como ella misma admitió entre risas en un debate televisivo. La redacción del prólogo de una nueva edición del Manifiesto Comunista, manual revolucionario e ideológico que inspiró las tiranías causantes de decenas de millones de muertos en el mundo durante el pasado siglo, revela los fundamentos ideológicos de la vicepresidenta de Sánchez a quien no ha dudado en echarle todos los pulsos políticos y económicos que ha querido y que le ha ganado. Gracias a ello, el incremento de la popularidad de Yolanda Díaz entre los votantes de izquierdas es inversamente proporcional al de Sánchez, que cede terreno en la misma proporción en que lo gana la heredera de Pablo Iglesias al frente de la cuota podemita del Gobierno socialcomunista. Y, sin embargo, nada de esto parece inquietar a un Pedro Sánchez, que ha encontrado en su entente cordiale con los separatistas de ERC y los herederos de ETA, a los que ha blanqueado hasta límites nauseabundos, la iniciativa política y el protagonismo que le venía arrebatando su vicepresidenta. Sánchez ya no necesita la intermediación de Yolanda Díaz, como antes lo hizo Pablo Iglesias, para acordar con Bildu y eludir despreciables y vergonzantes fotografías, o para convencer a ERC de lo mucho que les conviene a todos ellos que él siga en el Gobierno antes de que vuelva el PP con Pablo Casado.

Es el propio Pedro Sánchez quien ha agradecido, personalmente y entre sonrisas, a la portavoz bilduetarra en el Congreso, Aizpurua, y al perdonavidas de Rufián, sus apoyos a los PGE y por tanto que le hayan garantizado seguir en la Moncloa hasta 2023, que es lo único que le importa. La factura que les ha pagado y seguirá abonándoles en el futuro a cambio de sus votos es intrascendente para él, por más que ese peaje resulte incompatible con el sentido de Estado y sea contrario a la idea de una España más fuerte y cohesionada. Las cuentas públicas aprobadas por todo el elenco Frankenstein y las imposiciones en la reforma de la ley de Seguridad Ciudadana, rechazada por todas las policías y Guardia Civil, demuestran que tenemos a un presidente de Gobierno rehén de las exigencias económicas, laborales y sindicales de Yolanda Díaz y de los intereses abyectos de independentistas y bilduetarras, a los que ha normalizado y antepuesto en la negociación al PNV con el objetivo, y el tiempo lo confirmará, de gobernar el País Vasco con Otegi. Sabido es que los principios no son el fuerte de un Sánchez que sin estos socios no sería nadie.