Vox, salvando de nuevo a España
Venir a salvar España y empezar por cargarse Andalucía es como tirar el agua sucia de la bañera echando también al bebé que estaba dentro
Con la luz más cara de la historia, el idilio más abyecto con Otegi, los policías clamando en la calle, los presupuestos más ruinosos desde el 78 aprobados ya o la omertá pesando en la vil explotación sexual de 16 menores en Baleares; en España no se habla de otra cosa, sin embargo, que no sea el varapalo de Vox al bueno de Juanma Moreno en Andalucía y de la posibilidad, o la falta de ella, de que Ayuso y Casado se hagan una foto juntos o coincidan sin querer en un no sé cuántos.
La división de la derecha ya hizo presidente a Sánchez una vez, cuando a esa fractura se le sumó, en una tormenta perfecta para sus intereses, la opción de pactar con quien fuera, sin ser corrido a boinazos en el propio PSOE, para subir sus 120 pírricos diputados hasta los 176 necesarios para instalarse en Moncloa.
De no haber mediado aquella partición en tres, con PP, Cs y Vox comportándose como chiquillos de guardería, Sánchez sería solo el candidato del PSOE con peores resultados de la historia tres veces seguidas. Y no solo el presidente, que lo es, con menos apoyos propios de la democracia.
Lo que los dirigentes de los tres partidos no arreglaron, lo subsanó el elector por el expeditivo método de echar de la mesa a uno de los comensales, Ciudadanos, que está muerto aunque no lo sabe o no lo quiere saber: en un país donde no valen igual todos los votos, la evidencia empírica de que fragmentar las candidaturas auxilia al rival unido, no fue suficiente para que Casado, Rivera y Abascal encontraran la manera de no regalarle hasta 30 diputados a Sánchez, que gustoso los cogió.
Ahora aquello parecía superado, no sin cierta habilidad incomprendida del PP por quedarse con Cs aun a costa de recibir las peores acusaciones de Vox por su supuesta blandenguería; pero no lo estaba viendo el caso andaluz.
Seguramente Moreno no ha cumplido todos los compromisos con Vox y tal vez no le haya dedicado los mimos que a su juicio merecía, hurtados al partido de Abascal en todo el país por razones igual de prácticas: oigan, que ya gobernaremos en el futuro, pero mientras hay que disimular hasta reducir el número de partidos invitados a la fiesta. Y eso no se consigue compitiendo en decibelios con Abascal; sino practicando los silencios del presidente andaluz.
A Vox no se le escapa nada de eso. Pero tampoco renuncia a anteponer sus propios intereses, consciente de lo sexy que le resulta a la derecha más cafetera esa pose de no hacer rehenes y cómo mina al PP no ponerse a rivalizar a voces.
Algo lógico, pero que debe tener un límite. Y no lo ha tenido en Andalucía, donde su veto a los presupuestos va a provocar elecciones anticipadas que se saldarán con una victoria de Moreno y un Gobierno a pachas o intervenido por Vox que le servirá a Sánchez, más que a nadie, para fabricarse con tiempo su mensaje central para las Generales de un año después: que viene la derechona, y ya no disimula.
Nada que objetarle a Vox por anteponer sus intereses a las necesidades de todos, que de eso se trata por mucho que venda la idea de que ellos van en serio y no dan un paso atrás; pero que no digan luego que lo hacen por España: con su voto Pedro Sánchez podrá gestionar los Fondos Europeos como un crupier borracho en un casino de carretera. Y sin su voto, los andaluces tendrán que ir a las urnas entre aplausos y sonrisas de Ferraz.
Venir a salvar España y empezar por cargarse Andalucía es como eliminar el agua sucia de la bañera por el sorprendente método de tirar también por el desagüe al bebé que estaba dentro.