La fiscalilla
El problema de Lolis Delgado es que se ha creído que la Justicia es ella, que los fiscales son sus ordenanzas, y que sus decisiones, siempre parciales y arbitrarias, tienen que ser obedecidas sin límites
En mis dos colegios, El Pilar de Castelló y el verdadero Alameda de Osuna, fundado y dirigido por don José Garrido, preceptor del Rey Juan Carlos y el Infante don Alfonso, los lemas eran casi idénticos. En El Pilar «La Verdad os hará libres» y en el Alameda, «Véritas et Libertas». Don José Garrido sufrió las consecuencias de un golpe de Estado por parte del director espiritual, el padre dominico Bartolomé Vicens Fiol, que vestía unas sotanas blancas dominicanas confeccionadas a medida, calzaba mocasines Sebago, y más tarde, presumía de haber intervenido como mediador del perdón divino en dos confesiones. Una, al heredero del trono ruso, un tal Vladimir que se había instalado en Madrid, y la otra a Massiel. Cuando terminé el bachillerato, en el Alameda de Osuna se abrió la mano a las mujeres, y las clases se animaron. Y entre las alumnas, destacó por su belleza, atractivo, inteligencia y una infinita capacidad de montar barullos, una niña llamada María Dolores Delgado. No se trataba de un colegio barato. A los que estudiaban en Santa María de los Rosales se les decía «Los niños del Pis de Oro», y a los del Alameda de Osuna, «Los niños que mean lavanda». Entre las niñas que miccionaban lavanda, la más lista era Lola Delgado, a la que un compañero, Jesús Machuca, le escribió un poema de amor que superó todas las expectativas. «Si vienes al Alameda/ pregunta por la Dolores, / que tiene muy mala uva/ aunque se muera de amores». En aquellos tiempos no había conocido todavía a Baltasar Garzón, ese extraordinario prevaricador. Esa coplilla de Machuca, se inspiraba claro está en la mala broma de «La Dolores» de Calatayud. En cierta ocasión, acudió a dar una conferencia a Calatayud José María Pemán, aquel fabuloso escritor silenciado por el comunismo podemita. El alcalde de Calatayud recibió a Pemán en la estación, y en el trayecto hacia el hotel se vio obligado a trasladarle una recomendación: «Don José María, aquí la gente se enfada mucho con la coplilla de la Dolores». A Pemán, que era un gran señor muy lejano al ejercicio de molestar al prójimo, se enfadó por el atrevimiento del alcalde. No tenía previsto aludir a la coplilla de la Dolores, pero aquella insinuación inoportuna le hizo cambiar de parecer. Y comenzó la conferencia, ante un público que abarrotaba el teatro principal, de esta manera: «Sé que están ustedes hartos de la dichosa coplilla de la Dolores y Calatayud. No la voy a recitar. Pero sí ofrecerles la nueva versión que ha modificado al malvado espíritu de la original, y que dice así: ‘Si vas a Calatayud/ pregunta por la Manuela/ que es nieta de la Dolores/ y más puta que su abuela’». El éxito de la conferencia de don José María en Calatayud fue muy descriptible.
La niña, ya no tan niña, Lolita Delgado, terminó el bachillerato y estudió Derecho. Al cabo de los años, fue nombrada ministra de Justicia, porque no había en España una mujer más apropiada que ella para desempeñar tan importante cargo público. Cuando los escándalos se cernieron sobre su simpática cabecita, el que era presidente del Gobierno –que, por desgracia, se mantiene en el empeño de seguir siéndolo en la actualidad–, designó a Lolete Delgado fiscal general del Reino. Una anomalía democrática que consternó a muchos juristas de las más variopintas izquierdas. Todavía hay magistrados, jueces y fiscales en la Judicatura, que son magistrados, jueces y fiscales capaces de sobrevolar a sus ideologías, de derechas o de izquierdas. El problema de Lolis Delgado es que se ha creído que la Justicia es ella, que los fiscales son sus ordenanzas, y que sus decisiones, siempre parciales y arbitrarias, tienen que ser obedecidas sin límites. Su novio es un conocido abogado defensor de muchos sinvergüenzas y, en algún caso, Lolitas ha intervenido a favor de los clientes de su apasionado compañero primaveral, que no es otro que Baltasar Garzón, el juez separado de la carrera judicial por su probada prevaricación. Pero los fiscales se han unido, y han decidido denunciarla al Tribunal Supremo, y se aventura que el cargo que ocupa doña Dolola puede quedar en situación de vacante en pocas semanas.
Y yo, me permito escribirlo, me siento muy triste por su situación. Los compañeros de colegio, cuando la vida se acerca a su detenimiento final, al bosque detenido, nos hacemos más sensibles y comprensivos. No obstante, si los fiscales llevan hasta el Supremo a su fiscal general y es juzgada y condenada, nada me preocupa. Será indultada. Pero habrá perdido todo el poder, que no su prestigio. Su prestigio no existe. Nunca amó la véritas –verdad–, ni la libertas. Las madrugadas la han hecho comunista.
Pero no me negarán que tuvo que ser una chica muy atractiva.