Fundado en 1910

«Ongi etorri»

Centenares de embarcaciones aguardaban al «Azor» superada la barra de la bahía, entre Galeceno y la Zurriola. Y Franco saludaba desde la gran bañera a popa de su barco, que posteriormente utilizó Felipe González. Jamás hubo ni un solo intento de atentado. A Franco lo han derribado cuando su figura era de bronce

Cuando el que escribe era niño, a principios de agosto arribaba a San Sebastián el «Azor». Era un barco mal hecho, desproporcionado y con mareante movimiento cuando la mar se encrespaba. Ocupaba el espacio entre las dos grandes boyas al socaire de la isla de Santa Clara. El que era jefe del Estado siempre vestía de la misma forma a bordo. Gorra de plato con la planicie blanca, chaqueta azul, camisa clara y pantalones grises. En el muelle de pescadores se comentaba la llegada del «Azor» de forma escueta y cariñosa: 

–Ya está aquí «Pachi». 

Cuando desembarcaba para habitar en el Palacio de Ayete, lo hacía en una motora auxiliar del «Azor» custodiada por una barca a motor de la Comandancia de Marina, con la dotación habitual y cuatro soldados de la Guardia personal de Franco, con sus boinas rojas. Y tanto en la bahía, procedentes de los barcos allí anclados como en el muelle o el Real Club Náutico, era objeto de los aplausos que voluntaria y espontáneamente le tributaban los donostiarras. Las embarcaciones azules que llevaban a los domingueros a la isla de Santa Clara, se acercaban al «Azor» para rendir homenaje al Caudillo, y a popa del barco, se arriaban unos cabos para que descansaran los bañistas que, desde La Concha o la playa de Ondarreta, se atrevían a superar a nado la distancia entre las playas y la isla. En cierta ocasión, Franco convocó a su Gobierno a bordo para celebrar el Consejo de Ministros, y se marearon Arburúa, Martín Artajo, y el General Alonso Vega, que era terrestre. Franco ceceaba: 

–Zon uztedes demaziado blandoz. 

Fueron desembarcados en la V-18, una patrullera de costa de la Armada que comandó el navegante navarro y carlista Carlos Etayo y terminó con su carrera de marino en la Armada. La V-18 era una monda, con un pequeño cañón como única arma disuasiva. Se complicó la convivencia entre los pescadores españoles y los franceses en la temporada de la anchoa, la «ardora», como se le decía en la costa guipuzcoana. La V-18 avistó a dos pesqueros franceses en aguas españolas, y les ordenó que las abandonaran. Los pesqueros no hicieron caso, y Etayo ordenó disparar con el cañón a proa y popa de los intrusos, apuntando a la mar. Se fueron a toda pastilla, pero la tensión diplomática creció. Etayo perdió el mando de la V-18 y lo destinaron a puestos burocráticos. Se fue de la Armada y construyó la «Niña II», réplica exacta de la carabela colombina. Con ella, bajo su mando, cruzó el Atlántico. Y años más tarde con el «Olatrane» y la «Niña III», porque fue un marino y navegante excepcional. Pero lo fulminó el ministro de Marina, Nieto Antúnez. 

–Excelencia, lo que ha hecho el joven oficial Etayo con los pesqueros franceses merecía su sustitución en el mando. 

–Puez a mí, Pedrolo, lo que ha hecho Etayo me ha guztado. 

Y Nieto Antúnez, gran amigo de Franco, observó: 

–Pues ¿sabes lo que digo, Excelencia? ¡Qué me has convencido!

Pero Etayo ya se había ido de la Armada por voluntad propia.

Se habla mucho de los originales «Ongi etorri» –bienvenidas–, que los proetarras, batasunos y bilduetarras – socios del Gobierno de España comandados por el terrorista Otegi–, organizan para recibir a los asesinos de la banda que han cumplido sus condenas. Ahora dicen que organizarán las «bienvenidas» con más discreción, cediendo a la presión de los familiares de las Víctimas del Terrorismo. Pero lo cierto, es que los «Ongi etorri» de verdad, las bienvenidas entusiastas, populares y cariñosas, se las dedicaron durante decenios al general Franco. Centenares de embarcaciones aguardaban al «Azor» superada la barra de la bahía, entre Galeceno y la Zurriola. Y Franco saludaba desde la gran bañera a popa de su barco, que posteriormente utilizó Felipe González. Jamás hubo ni un solo intento de atentado. A Franco lo han derribado cuando su figura era un monumento en bronce, pero en vida, ni un puto separatista o pre-terrorista vasco se atrevió a mover un dedo, ni a emitir un grito de desagrado, ni apretar un gatillo contra quien no se ocultaba.

Molesta mucho en la actualidad. Pero los auténticos «Ongi etorri» de los vascos fueron los de Franco.

Y nadie les obligó a darle la bienvenida.