Pucherazo de película
La pregunta es por qué no hay cineastas ni ideas ni películas españolas que no nos salpiquen de bilis cuando tomamos palomitas frente a la pantalla
Que dice la Academia de Cine, ese sanedrín pijoprogre que vive de nuestros impuestos y hace películas fundamentalmente contra la mitad de los españoles, que la mejor representación de nuestro séptimo arte en los Goya son tres cintas cuya temática, agárrense, va del blanqueamiento de ETA (Maixabel) a la memoria histórica (Madres paralelas), pasando por el dibujo sectario del empresario español, un espécimen vicioso, explotador y facha (obra irónicamente titulada El buen patrón). Se lo resumo a ustedes: el principal problema de España, según nuestros alcahuetes del cine, es la falta de generosidad de los españoles con los angelicales etarras porque somos esclavos de la cultura franquista que también domina a nuestro empresariado, una recua de esclavistas, poco comprometidos con la solidaridad social y mucho con los clubes nocturnos.
Es la caricatura de la España actual donde, a juicio de Icíar Bollaín (sin duda la mejor de los directores nominados), de Almodóvar y de León de Aranoa no hay pobreza energética, ni paro ni falta de libertades ni una pandemia recurrente y peligrosa. Problemas menores, porque todas esas bagatelas las está gestionando la izquierda, y cuando la izquierda manda, los estómagos gourmet de nuestro cine están tan agradecidos que poco les importa que otros, los de los obreros a los que tanto nombran en vano, rujan de hambre.
Tenía a León de Aranoa como un director de cine más sólido que cualquiera de los que integran el coro de palmeros de la izquierda política. Todo hasta que oí a Pablo Iglesias derretirse por el publirreportaje, léase documental, que le hizo Aranoa titulándolo Política manual de instrucciones. Recuerdo a Iglesias (el muñidor del PSOE, no el fundador) babeando en un café después de una entrevista televisiva, al proclamar que se sentía como Kennedy, perseguido por las cámaras de León. Y lo peor estaba por venir: días después el cineasta dijo para promocionar su engendro que «Podemos aporta creatividad a la política» (quizá quiso decir coactividad pero le faltó realismo en esa comedia). No aclaró si con la financiación «revolucionaria» de Irán y Venezuela, con el robo de los móviles de las amigas o con el desvío de dinero público para fundaciones fantasma. Fue entonces cuando supe que si alguna vez León de Aranoa había tenido talento, el sumidero de la servidumbre política se lo había centrifugado. Ahora la Academia lo encarama a los Goya con un panfleto cinematográfico sobre la maldad intrínseca de los empresarios, como si él o el protagonista, el sectario aunque buen actor Javier Bardem, no fueran infinitamente más acaudalados y poderosos que la mayoría de las pymes y autónomos, de los que estos progres de pacotilla nunca se acuerdan.
Una de las situaciones más descacharrantes de estos tiempos es oír a Almodóvar invocar los derechos sociales de la gente, mientras gestiona su multimillonaria billetera y nos mira por encima del hombro a los que no le compramos su hipócrita mercancía. A mí sigue sorprendiéndome que enarbole la bandera de la ruptura con la Constitución ejerciendo de penene de esta izquierda al abuso. A la vejez viruelas: construyó su carrera acogido a la Movida, que no fue otra cosa que un movimiento contracultural de los hijos de las élites madrileñas, al calor de la Transición, en el que ninguno de sus activistas sobresalió por un discurso social y comprometido, ni por ser la voz de los perdedores de los barrios obreros, sino más bien por reclamar más alcohol, más drogas y… a colocarse, que no es precisamente el catecismo del proletario padre de familia que se levanta a las seis para ir al curro.
Pero nuestro director manchego ha decidido en los últimos años, al ritmo que engordaba su fortuna (donde nunca brilla el sol) hacerse defensor de los desheredados, un puerto refugio seguro desde el que además se permite ofender a más de la mitad de los españoles, a los que luego interpela para que vean sus películas. En su peli Madres paralelas, Pedro vuelve con su obsesión por la memoria histórica, un argumento comodín que sirve cuando el talento está en declive y la credibilidad por los suelos.
Finalmente, al pobre Goya le tocará escoger entre Almodóvar, Aranoa e Icíar Bollaín, cuyo trabajo (que ha pulverizado todas las marcas de asistencia a las salas, lo cual dice lo suficiente sobre el buenismo imperante) nos propone un trágala muy de moda: pobres chicos etarras que tienen conmiseración por sus víctimas, algunas de las cuales son tan malas que no se lo aceptan. Lo de Maixabel es solo el nodo, la propagandística introducción del largometraje fetén, que desde hace meses se rueda en la Moncloa, coproducido por Pedro Sánchez y Arnaldo Otegi. Bajo el título de ETA os mató, ¿y qué?
Hala, Academia del Cine español, a seguir cerrando los ojos a la espera de que vengan tiempos buenos en los que escupir a la derecha y a la mitad de los españoles os reporte una excusa para seguir premiando a veces buenas, seguro sectarias, películas como las de los Goya de este año. La pregunta es por qué no hay cineastas ni ideas ni películas españolas que no nos salpiquen de bilis cuando tomamos palomitas frente a la pantalla.