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España no es lugar para invertir

Seguirán naciendo y creciendo mentes brillantes y personas trabajadoras que puedan levantar grandes imperios, pero, a poco que espabilen, saldrán corriendo

Si la desafección de los ciudadanos hacia la política es creciente, la de la empresa alcanza cotas inéditas. No hay más que echar un vistazo a la lista de invitados que confirman su presencia en los saraos que se organizan en los grandes hoteles de Madrid a la hora del desayuno para corroborarlo. Dirán que es la covid, que sí, que lo es, pero el virus ha sido sólo la puntilla. Los del Ibex, que antes acudían en manada para ser y ser vistos cortejando a sus ministros, sólo se presentan ahora los días que Moncloa toca a rebato para arropar al presidente en algún evento de cara a la galería. Y sólo porque aún tienen algún negocio regulado.

La separación entre lo público y lo privado viene de lejos. La inician las hoy ya multinacionales a finales del siglo XX por su necesidad de abrir nuevos mercados para crecer y se agudiza tras la crisis de 2008 por puro instinto de supervivencia. La internacionalización, que en los inicios fue signo de pujanza y fortaleza, se tornó en necesidad acuciante. Y, hoy, plantados en la segunda década del siglo XXI, España se ha convertido para las empresas grandes y medianas en una porción decreciente de su negocio. A medida que se hacen grandes, su posición aquí se diluye. Pero hay también muchas, más cada día que ya no apuestan por este mercado, porque los números no salen.

La precariedad de las finanzas públicas es alarmante. Confiado en que «España es demasiado grande para caer», el mantra acuñado en los tiempos del Gobierno de Rajoy para evitar el rescate total de la economía, Pedro Sánchez trata de conservar el poder ensanchando su base clientelar a costa de endeudarnos hasta límites insospechados. Y, aunque Bruselas, escarmentada tras el rechazo que generaron entre la población sus hombres de negro, enseñará los dientes sólo en privado, estamos a una o dos subidas de tipos del Banco Central Europeo para empezar a rodar pendiente abajo. La economía real, las empresas, el sector privado, ahogados por los tributos que exige la estrategia del ejecutivo y la galopante inflación y temerosos de los efectos del populismo asfixiante, no invierten, no consumen, no gastan.

La alerta de la OCDE, advirtiendo de paupérrimo ritmo de crecimiento de la actividad, confirma lo que se ve en la calle. El clima político hace el resto. Como si no hubiera problemas suficientes en la España de hoy, el gran asunto de debate nacional es la necesidad o no de obligar a las empresas audiovisuales a hablar en catalán. La inseguridad jurídica, la demonización del empresario y de la empresa, el castigo al logro económico y al mérito académico invitan al profesional y al empresario a huir lo más lejos posible del poder para salvaguardar sus logros. En España, seguirán naciendo y creciendo mentes brillantes y personas trabajadoras que puedan levantar grandes imperios, pero, a poco que espabilen, saldrán corriendo. ¡Qué mejor prueba que Amancio Ortega! Ha creado una multinacional de la nada, sin conexión alguna con el poder político y, a cambio, ha tenido que aguantar improperios y algaradas cada vez que ha decidido echar una mano. Algunos como él siguen viviendo por estos lares. Dicen que les encanta este país, pero ¿qué harán sus herederos, que han crecido como ciudadanos del mundo? O lo público y lo privado comienzan a bailar juntos o el divorcio acabará por consumarse, para desgracia de los que aquí nos quedemos.