La sonrisa y el odio
Madrid y Barcelona cada día que pasa se parecen más a Tip y Coll, el talento desbordado del primero, y la decepcionada amargura del segundo
Todos los meses visito durante un par de días Madrid, que es mi cuna, mi ciudad, donde he vivido feliz setenta años. Lo hice para presentar un maravilloso libro, Madrid de Blanco, de la gran fotógrafa María Morenés, que se lanzó a la calle en plena nevada de Filomena y reunió en un libro los resultados portentosos de su aventura. Presenté el libro en Abante con su presidente Santiago Satrústegui, el alcalde de la Villa y Corte, José Luis Martínez Almeida y la autora. Y claro, paseé por Madrid, hablé con Madrid y cuando abandoné Madrid sentí la agradable añoranza de Madrid, una ciudad única, libre y sonriente. Lamento compararla con Barcelona. Una al lado de la otra, cada día que pasa se parecen más a Tip y Coll, el talento desbordado del primero, y la decepcionada amargura del segundo. Uno alto, el otro bajito, sin tener nada en contra de los bajitos –el brillante alcalde lo es–, que mi intención es más larga. He leído a Sostres en ABC. Y estoy muy de acuerdo con su conclusión: «El problema del independentismo, como el de la extrema izquierda, es que se basa en el odio». Dice que nadie escribe en catalán, hoy por hoy, como él, y puede tener razón. En español lo hace con frescura, cultura y donaire. Ada Colau, esa mujer tan brutal, alcaldesa de Barcelona gracias al apoyo de las cobardes alta y baja burguesías barcelonesas, ha llevado a la Ciudad Condal al más bajo de sus niveles. Coincide Sostres con el presidente de AC Hotels y Marriot, Antonio Catalán, que destaca el crecimiento del turismo de Madrid, y especialmente en el segmento de lujo, al tiempo que lamenta la depresión de la hostelería en Barcelona. «La gestión de Colau es dantesca. Borra a Barcelona del mapa». Y todo es consecuencia del odio y la cobardía. El fracaso nacionalista y separatista es abrumador. Y como escribe Sostres, ellos lo saben, si bien desintoxicar a varios centenares de miles de tontos, de paletos odiadores, no resulta sencillo. El fracaso ha sido tan morrocotudo, que en la actualidad hablan habitualmente en español muchísimos más jóvenes que con anterioridad a la «república» de los siete segundos. El Tribunal Constitucional avaló la sentencia del Tribunal Supremo en la que se obligaba a la escuela pública catalana a enseñar en español el 25 por ciento de sus asignaturas. No obstante, el consejero de Educación de la Generalidad de Cataluña, González-Cambray, de ERC, envió a todos los centros educativos catalanes una circular en la que ordenaba no obedecer al TC ni al TS y mantener los planes lingüísticos del separatismo en Cataluña. Y ya ha sido denunciado y empapelado. Y por su diáfana desobediencia a los más altos tribunales, será inhabilitado, lo cual enturbiará el ánimo del pobre Pere –pronúnciese «Pera»–, Aragonés, que se verá obligado a buscar un sustituto tan obtuso, o más, que el desdichado González-Cambray.
Barcelona apenas tiene cubierto el 35 por ciento de su capacidad hotelera cuando Madrid supera el 85 por ciento, y ese problema lo tendrán que solucionar los responsables de la política municipal y sus votantes, no el resto de España.
A mi retiro norteño he llegado con los últimos recuerdos de una ciudad viva, libre, abierta, culta y pasmosa. Eso es Madrid. Lo más interesante que ha sucedido en Barcelona en los últimos días ha sido que, al fin, después de treinta años de trepidante trabajo, se ha culminado con una estrella una de las torres de la Sagrada Familia, que al paso que se desarrollan las obras, finalizarán a mediados del siglo XXII. Y que han muerto dos niños de pocos meses en una casa «okupada» con permiso y conocimiento de Ada Colau en un devastador incendio. La Colau, que sabía de la ilegal violación de la propiedad privada y que incentiva a los «okupas», se ha desentendido del caso, responsabilizando del siniestro, no a los «okupas», sino a los «okupados», es decir, sus legítimos propietarios. Por lo demás, Barcelona es una ciudad que agoniza en cada atardecer y mezcla en los amaneceres la luz de la esperanza de muchos barceloneses con la nube del odio de los fracasados. De la sonrisa al odio; del odio a la sonrisa. El Puente Aéreo.