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Su libertad es también la nuestra

Tratar de limitar el acceso al Congreso de cualquier profesional del periodismo es un problema que está destruyendo como la carcoma los cimientos de nuestra sociedad

Uno de los temas más complicados y, al tiempo, más importantes que explicamos a los alumnos de Periodismo y Comunicación en nuestras aulas es el valor de la libertad de opinión y de la pluralidad de líneas editoriales como elemento clave para garantizar nuestra democracia. Cuesta entenderlo porque a veces la polarización informativa hace pensar a la sociedad que los medios de comunicación han perdido el norte. Pero lo cierto es que, en líneas generales –no estamos exentos de tristes excepciones– los medios de comunicación no solo no hemos perdido el norte, sino que nos afanamos por contar la verdad y por ofrecer a nuestro público la que consideramos libremente que es la opinión más adecuada ante unos hechos tan relevantes que necesitan de nuestra valoración. Y el valor de nuestra opinión estriba en la posibilidad de poder contrastarla con otra opinión diferente.

Otra de las cuestiones que habitualmente sorprende a nuestros alumnos es conocer que los periodistas de distintos medios, de medios diametralmente opuestos en su línea editorial, nos llevamos de maravilla en nuestro día a día de trabajo en las salas de prensa. Nos llevamos muy bien porque, ante una misma noticia, todos buscamos contar la verdad. Después, cada uno podremos mantener libremente la opinión que esa verdad nos merece. Y siempre sabremos que, opinemos lo que opinemos, dentro de la verdad que todos perseguimos, estaremos igualmente amparados por el artículo 20 de nuestra Constitución.

Por eso los periodistas defendemos siempre la libertad de todos, de los que comparten con nosotros su línea editorial y también de los que no piensa como nosotros, porque sabemos que, defendiendo su libertad, defendemos también la nuestra.

El documento firmado por una serie de partidos políticos de izquierdas y nacionalistas en el Congreso en contra de algunos periodistas a los que señalan sin identificar, pero con suficientes elementos para que entendamos a qué compañeros están marcando, ha desatado un debate donde está en juego un elemento fundamental de nuestra democracia. Es cierto que vivimos en un tiempo de polarización, radicalización, sesgo cognitivo y cajas de resonancia multiplicadas por la acción de los algoritmos de las redes sociales que no ayuda en nada al debate profundo y sereno. Es cierto que podríamos repensar si hacemos lo correcto al convertir demasiadas veces la política y el periodismo en un espectáculo que se acerca más al entretenimiento que a la información. Pero, aun con este necesario examen de conciencia, tratar de limitar el acceso al Congreso de cualquier profesional del periodismo es un problema gravísimo que está destruyendo como la carcoma los cimientos de nuestra sociedad.

Sabemos que es grave porque ya ocurre en otros lugares y conocemos las consecuencias de esta peligrosa pendiente deslizante allí donde hay Gobiernos que se declaran autoridad moral suficiente para decidir quién puede opinar y quién no. Hay lugares en los que se reparten carnés de prensa en función de la ideología. Hay lugares en los que se percibe un extraño consenso en la opinión que merece cada actuación de un Gobierno. Hay lugares en los que se vive en un aparente remanso de paz periodístico porque todas las líneas editoriales van a una. Pero no son los lugares a los que queremos parecernos: Cuba, Venezuela, Corea del Norte… Por eso aquí defendemos la libertad de todas las opiniones, opiniones libres y por tanto diferentes, pero válidas y valiosas todas ellas para garantizar la democracia, porque sabemos que defender la libertad de los demás para expresarse es la mejor garantía de que pervivirá también la nuestra.

María Solano Altaba es decana de la Faculta de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo.