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Las tres mentiras sobre la Constitución

La mentira de que la Constitución no sirve para resolver el problema territorial de España, la mentira de que no reconoce derechos sociales, y la mentira de que no es suficientemente democrática

La buena noticia con la Constitución, que el lunes celebra su 43 aniversario, es que la izquierda y los nacionalistas no tienen la mayoría suficiente para asaltarla. La mala, que están en el Gobierno de España y, además, han conseguido un cierto éxito en la difusión de tres mentiras que están erosionando su legitimidad. La mentira de que la Constitución no sirve para resolver el problema territorial de España, la mentira de que no reconoce derechos sociales, y la mentira de que no es suficientemente democrática. El PSOE se ha alineado completamente con la extrema izquierda y los nacionalismos en las dos primeras, y no descartemos que el socialismo sanchista se sume también a la tercera.

La más difundida, la primera mentira, insiste en que la Constitución es defectuosa porque no ha conseguido resolver el problema nacionalista. Resulta que nuestra Constitución consagra uno de los sistemas democráticos más descentralizados del mundo, reconocido como tal por todos los expertos en la materia, comparable a cualquiera de los sistemas federales más admirados; pero quieren hacernos creer que el problema no reside en la deslealtad nacionalista, en su rechazo a respetar el Estado de derecho y las reglas democráticas, sino que el defecto estaría en la Constitución. A partir de ahí, el PSOE afirma que «España necesita una reforma profunda de la Constitución» (Declaración de Barcelona), no una reforma de los nacionalismos, sino de la Constitución rechazada por los nacionalistas. Y Sánchez, entregado como está a esos nacionalistas, hasta ha creado una Secretaría para la reforma de la Constitución en la dirección del PSOE, con Bolaños al frente.

La segunda mentira sostiene que no reconoce suficientes derechos sociales. ¿Cuáles? Hay que preguntárselo a los comunistas. Recordemos la afición de Pablo Iglesias e Irene Montero a exhibir la Constitución en sus apariciones en los medios de comunicación, y a apelar, entre otras cosas, a la función social de la propiedad privada. Y un comunista blandiendo una Constitución democrática es como un ladrón exhibiendo el Código Penal: para echarse a temblar. Y para preguntarse hasta dónde pueden llegar en ese retorcimiento de la Carta Magna con el discurso populista de los derechos sociales y el Estado ilimitado sostenidos con los impuestos a las clases medias.

La tercera mentira es aquella de que la Constitución no es suficientemente democrática, un mensaje de la extrema izquierda con cierta capacidad para calar en la opinión pública en este contexto actual de auge de los populismos. Con dos peligrosos misiles, uno, contra la Monarquía; otro, contra su vigencia democrática. Contra la Monarquía, con el argumento de que no ha sido votada democráticamente y, por lo tanto, debería ser sustituida por una República con un presidente elegido por sufragio universal. Y contra su vigencia, con el mensaje de que los españoles actuales no la votaron, por lo que habría que reformarla y votarla de nuevo.

Hay una oposición sólida en España con la capacidad para impedir la realización de este programa disolvente de la Constitución. Pero el desgaste de su legitimidad es bastante más complicado de contener y requiere de un esfuerzo social e intelectual, y no solo político.